A mediados del siglo XVI, el Dioscórides de Cibo y Mattioli convirtió la botánica en un espectáculo de observación y pintura. Partiendo del clásico De materia medica de Pedanio Dioscórides —el gran manual de plantas medicinales desde la Antigüedad—, el médico sienés Pietro Andrea Mattioli lo actualizó con comentarios prácticos y ejemplos de su tiempo. Sobre esa base textual, el artista y naturalista Gherardo Cibo creó hacia 1565 un manuscrito extraordinario: 168 miniaturas donde cada planta aparece con un naturalismo minucioso y, a la vez, integrada en paisajes reales, como si estuviéramos ante un cuaderno de campo ilustrado con maestría renacentista. Conservado hoy en la British Library (Add MS 22332) y reproducido en una cuidada edición facsimilar, este libro es una de las síntesis más logradas entre ciencia y arte en la Europa moderna.
En este apartado te contamos su contexto histórico, quiénes fueron Cibo y Mattioli, cómo dialogan texto e imagen, y por qué este manuscrito marcó un hito en la ilustración botánica. Además, repasamos la ficha técnica del facsímil y seleccionamos algunas láminas esenciales para disfrutarlo con mirada curiosa.


📽️ Video: Medicina y pintura en el Renacimiento: El Dioscórides de Cibo y Mattioli

En este vídeo de Códices y Beatos recorremos el manuscrito que llevó el De materia medica al lenguaje visual del Renacimiento. Verás cómo Gherardo Cibo combina precisión científica y paisaje, cómo se describen usos medicinales y rasgos para reconocer cada especie, y en qué se diferencia de los herbarios impresos de su tiempo. Observaremos detalles de las miniaturas, recursos de composición y el diálogo entre texto e imagen que hace tan didáctica la obra.

Si te quedas con ganas de saber más, justo después del vídeo encontrarás el contenido completo del apartado: contexto histórico, autores, análisis visual y ficha del facsímil.


Índice de Contenido

  1. Introducción
  2. Contexto histórico y científico
    1. La tradición del De materia medica de Dioscórides
    2. La botánica médica en el Renacimiento
    3. La circulación del saber botánico
  3. Los autores y colaboradores
    1. Pietro Andrea Mattioli (1501–1578)
    2. Gherardo Cibo (1512–1600)
    3. La relación entre Cibo y Mattioli
  4. El manuscrito Add MS 22332 (British Library)
    1. Descripción material
    2. Contenido textual
    3. Organización botánica
    4. Estado de conservación y reencuadernaciones
  5. Las ilustraciones botánicas
    1. Características artísticas y científicas
    2. Clasificación y familias representadas
    3. Función y estilo de las imágenes
    4. Ejemplos representativos
  6. Procedencia y transmisión del manuscrito
    1. Primeros propietarios
    2. Giovanni Battista Costabili (1756–1841)
    3. Adquisición por el British Museum
  7. El facsímil de M. Moleiro Editor
    1. La editorial
    2. La edición facsimilar
  8. Importancia y legado del Dioscórides de Cibo y Mattioli
  9. Curiosidades y aspectos singulares
    1. Anotaciones y elementos añadidos por Cibo
    2. Documentos y materiales complementarios
    3. Otros aspectos singulares
  10. Bibliografía y fuentes
  11. Consideraciones Finales

1. Introducción

El Dioscórides de Cibo y Mattioli es una de las obras botánicas más notables del siglo XVI y un testimonio excepcional de la unión entre ciencia, arte y humanismo durante el Renacimiento. Realizado hacia 1565 por Gherardo Cibo (1512–1600), noble italiano, artista y naturalista, este manuscrito reúne una amplia selección de textos botánicos y médicos extraídos de los Discorsi del médico sienés Pietro Andrea Mattioli (1501–1578), ilustrados con 168 miniaturas de una belleza y precisión extraordinarias.

La obra hunde sus raíces en la tradición clásica del De materia medica de Pedanio Dioscórides, texto fundamental de la botánica y la medicina desde la Antigüedad. Mattioli, erudito médico y traductor, había vertido al italiano este tratado griego, añadiendo comentarios extensos basados en su propia experiencia clínica y en la práctica médica de su tiempo. Su versión, publicada en 1544 bajo el título Discorsi, se convirtió en la referencia más influyente del siglo XVI para el conocimiento de las plantas medicinales. Cibo, profundo admirador del médico sienés, copió fragmentos de su obra y los enriqueció con sus observaciones personales, creando un herbario iluminado que combina el rigor científico con un extraordinario sentido artístico.

En el manuscrito, las plantas no solo se presentan con un notable grado de fidelidad botánica, sino también enmarcadas en paisajes naturales llenos de vida y detalle. Cada especie se acompaña de comentarios sobre sus características, hábitat o usos curativos, reflejando el interés renacentista por la observación directa y la clasificación del mundo vegetal. A través de este trabajo, Cibo transformó los textos de Mattioli en una creación personal donde la ciencia y la pintura se funden armoniosamente.

El resultado es un testimonio único de la transición entre la medicina galénica heredada del mundo clásico y el nuevo espíritu empírico del Renacimiento. Este Dioscórides ilustra no solo el avance de la botánica médica, sino también el modo en que el arte contribuyó a consolidar una mirada moderna sobre la naturaleza. Su valor reside tanto en el contenido científico como en la calidad pictórica de sus ilustraciones, que figuran entre las más bellas de su tiempo.

El manuscrito, conservado hoy en la British Library con la signatura Add MS 22332, ha sido objeto de una cuidada edición facsimilar por parte de M. Moleiro Editor, reconocida internacionalmente por sus “casi-originales”. Esta edición reproduce con absoluta fidelidad los materiales, colores y dimensiones del original, acompañada de un volumen de estudio realizado por especialistas de renombre internacional. Gracias a ella, el público contemporáneo puede contemplar una obra que constituye un hito en la historia de la botánica ilustrada y una de las más refinadas manifestaciones del humanismo científico del siglo XVI.


2. Contexto histórico y científico

2.1. La tradición del De materia medica de Dioscórides

El tratado De materia medica de Pedanio Dioscórides Anazarbeo, médico griego del siglo I d. C., fue durante más de mil años la principal autoridad en materia de plantas medicinales. Su obra, estructurada en cinco libros, describía con notable precisión centenares de especies vegetales y sus propiedades terapéuticas, sentando las bases de la farmacología antigua. La claridad con que Dioscórides distinguía las sustancias naturales y sus usos curativos convirtió su obra en un modelo para médicos, herboristas y botánicos tanto en el mundo grecorromano como en las tradiciones bizantina y árabe posteriores.

En la Antigüedad tardía, el texto fue traducido al latín, lo que permitió su difusión por el Occidente medieval, aunque su impacto fue desigual. Mientras en el mundo islámico y bizantino el estudio de las plantas se mantuvo vivo, en Europa occidental la transmisión del saber médico dependió de compilaciones y versiones abreviadas. En este contexto, el Herbarium Apulei Platonici, un compendio latino ilustrado inspirado en Dioscórides, alcanzó gran popularidad, al igual que otros textos derivados o adaptados por médicos y monjes.

Durante siglos, los médicos europeos se basaron en esas versiones latinas o en traducciones intermedias procedentes del árabe y el hebreo. Las confusiones terminológicas y los errores de identificación de plantas eran frecuentes, lo que llevó a la necesidad de revisar las fuentes originales. Este movimiento de retorno a los textos griegos, propio del humanismo renacentista, tuvo en Niccolò Leoniceno (1428–1524) a su principal impulsor. Leoniceno demostró que muchas de las obras médicas latinas estaban plagadas de errores por depender de malas traducciones, y defendió la superioridad de los originales griegos como única vía para recuperar el verdadero conocimiento de la naturaleza.

Su crítica, expresada en 1492 en De Plinii et aliorum medicorum in medicina erroribus, marcó el inicio de una renovación profunda en la botánica médica. A partir de entonces, el De materia medica volvió a ocupar el centro del estudio científico de las plantas. En este nuevo marco intelectual surgieron las grandes traducciones comentadas de Dioscórides, entre las cuales destacó la realizada por Pietro Andrea Mattioli, que, al verter el texto al italiano y al latín, unió la erudición filológica con la experiencia práctica del médico renacentista.

2.2. La botánica médica en el Renacimiento

El Renacimiento marcó una profunda transformación en el estudio de las plantas medicinales. A partir del siglo XV, el interés por la naturaleza se vio impulsado por el humanismo y por el deseo de recuperar los saberes de la Antigüedad clásica mediante la lectura directa de los textos griegos. Los médicos y naturalistas de esta época empezaron a cuestionar la autoridad incuestionable de los autores latinos y árabes, volviendo a las fuentes originales de Hipócrates, Galeno y, sobre todo, Dioscórides.

El cambio fue tanto intelectual como metodológico. Frente a la tradición escolástica, que interpretaba la naturaleza a través de la teoría de los humores y de los textos antiguos, los nuevos botánicos del siglo XVI introdujeron la observación empírica y la comparación directa entre las descripciones de los autores clásicos y las plantas reales. Este espíritu crítico y experimental fue posible gracias a la labor de humanistas médicos como Niccolò Leoniceno, cuya defensa del griego como lengua científica reabrió el camino a la lectura directa del De materia medica, y de sus discípulos Alessandro Benedetti y Giovanni Manardi, que contribuyeron a reformar el estudio de la anatomía y de la farmacopea.

La imprenta desempeñó un papel decisivo en este proceso. Permitió la difusión de nuevas ediciones ilustradas de los textos botánicos, entre ellas los Herbaria de Leonhart Fuchs o de Otto Brunfels, así como las primeras versiones comentadas de Dioscórides. La aparición de obras impresas con grabados de notable calidad gráfica hizo posible un nuevo tipo de estudio visual de las plantas, donde la identificación dependía no solo de la descripción textual, sino también de la imagen.

Dentro de este contexto se formó Pietro Andrea Mattioli, médico toscano que conjugó el saber filológico con la práctica médica. Tras una carrera marcada por el ejercicio clínico y el servicio a las cortes de Trento, Gorizia y Praga, Mattioli alcanzó gran prestigio como autor de los Discorsi (1544), en los que tradujo al italiano el tratado de Dioscórides y añadió extensos comentarios basados en su propia experiencia. Su obra, escrita en lengua vernácula, acercó la botánica médica a un público más amplio: médicos, apotecarios y estudiosos que no conocían el griego ni el latín pudieron por fin acceder al conocimiento clásico.

Los Discorsi representaron una síntesis perfecta del espíritu renacentista: un texto antiguo reinterpretado a la luz de la observación moderna. Su éxito fue inmediato y su influencia se extendió por toda Europa, impulsando la aparición de nuevas ediciones enriquecidas con grabados que reflejaban el aspecto real de las plantas. A mediados del siglo XVI, la botánica había dejado de ser una mera rama de la medicina para convertirse en un campo de investigación propio, que combinaba la erudición, la observación de campo y la ilustración científica.

En este clima de efervescencia intelectual trabajó Gherardo Cibo, artista y naturalista aficionado, quien admiraba profundamente la obra de Mattioli y decidió reelaborarla de forma manuscrita. Su Dioscórides, más que una simple copia, fue el resultado de una mirada personal: una obra en la que la ciencia médica, la observación directa y el arte pictórico se fundieron para expresar la nueva comprensión del mundo vegetal.

El manuscrito de Cibo es, en este sentido, hijo directo de la revolución humanista que transformó la botánica en una ciencia de la observación y del dibujo. Su precisión naturalista, su sentido del paisaje y su atención a las propiedades curativas de las plantas reflejan la mentalidad renacentista que veía en la naturaleza una fuente de conocimiento, belleza y armonía.

2.3. La circulación del saber botánico

La expansión del conocimiento botánico durante el siglo XVI no puede entenderse sin tener en cuenta el contexto global de descubrimientos geográficos y avances técnicos que caracterizó a la época. El contacto de Europa con nuevas regiones del planeta, especialmente Asia y América, introdujo en la farmacopea europea un número creciente de especies hasta entonces desconocidas, provocando una verdadera revolución en la medicina y en la concepción del mundo natural.

El descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 y las exploraciones portuguesas en África y Asia transformaron radicalmente el repertorio vegetal conocido. Los naturalistas europeos empezaron a recibir noticias sobre plantas exóticas con propiedades curativas, aunque la incorporación de estos nuevos remedios fue lenta y desigual. Entre los primeros productos americanos adoptados por la medicina europea destacaron la madera de guayaco y la zarzaparrilla, utilizadas como tratamiento contra la sífilis. Posteriormente, la difusión de textos como los Coloquios dos simples e drogas da India de García de Orta (1563) o los tratados del médico sevillano Nicolás Monardes, que en 1565 describió detalladamente las plantas medicinales del Nuevo Mundo, permitió que muchas de estas especies fueran conocidas y estudiadas por los botánicos del continente.

Al mismo tiempo, las nuevas rutas marítimas abiertas por Portugal hacia Oriente facilitaron la llegada de drogas y especies procedentes de la India y del sudeste asiático, como el jengibre, la canela o el ruibarbo. Sin embargo, en las obras de los principales autores del Renacimiento —entre ellos Mattioli— estas plantas exóticas aún ocupaban un lugar marginal, como apéndices de la tradición clásica. El De materia medica de Dioscórides seguía siendo el eje de referencia, y los naturalistas se esforzaban por integrar las nuevas observaciones dentro del marco conceptual heredado de la Antigüedad.

El intercambio de conocimientos se vio favorecido también por la imprenta, que multiplicó la difusión de los herbarios y de los tratados de medicina natural. Las ediciones ilustradas, enriquecidas con grabados de precisión cada vez mayor, se convirtieron en herramientas indispensables para el estudio y la identificación de las especies. A ello se sumó la proliferación de traducciones a las lenguas vernáculas, que acercaron el saber botánico a un público más amplio. En este sentido, la traducción italiana de Mattioli desempeñó un papel fundamental al ofrecer a médicos y boticarios un texto accesible, riguroso y profusamente comentado.

Los avances en la comunicación escrita y epistolar también contribuyeron a consolidar una auténtica red científica europea. Médicos, naturalistas y artistas intercambiaban observaciones, muestras secas y dibujos de plantas, creando una comunidad de conocimiento que trascendía fronteras. La correspondencia entre figuras como Mattioli, Gherardo Cibo o Ulisse Aldrovandi revela el espíritu colaborativo de esta nueva ciencia, donde la observación empírica y el intercambio de información eran tan importantes como la tradición textual.

En este entramado de descubrimientos, traducciones y correspondencias se forjó una nueva manera de entender la botánica. Las plantas ya no eran solo remedios o símbolos, sino también objetos de estudio en sí mismas. La circulación del saber botánico en el Renacimiento unió el legado de Dioscórides con la curiosidad global de una Europa que, por primera vez, contemplaba la naturaleza desde una perspectiva universal.


3. Los autores y colaboradores

3.1. Pietro Andrea Mattioli (1501–1578)

Pietro Andrea Mattioli fue una de las figuras más influyentes de la botánica y la medicina del Renacimiento. Nacido en Siena en 1501, se formó en un ambiente humanista donde el estudio de las lenguas clásicas y la medicina se complementaban. Tras estudiar en Padua —uno de los principales centros médicos de Europa— se doctoró en 1523 y emprendió una carrera que lo llevaría a ejercer en diferentes ciudades italianas y centroeuropeas, desde Roma y Perugia hasta Trento, Gorizia y Praga. Su vida profesional estuvo marcada por el contacto con cortes principescas y por una incesante actividad como médico, escritor y traductor.

Su primer trabajo conocido, Morbi gallici opusculum (1533), trataba sobre el “mal francés” o sífilis, una enfermedad nueva en Europa, y ya mostraba su interés por la observación directa y por los remedios naturales. Poco después, entró al servicio del cardenal Bernardo Clesio, príncipe-obispo de Trento, y más tarde del archiduque Fernando II de Tirol, con quien se trasladó a Praga. Su prestigio como médico lo llevó también a atender a la corte de Maximiliano II, futuro emperador, convirtiéndose en una de las figuras científicas más respetadas de su tiempo.

La fama de Mattioli se debe sobre todo a su traducción y comentario del De materia medica de Dioscórides, que publicó en 1544 en lengua italiana bajo el título Discorsi. A diferencia de los eruditos que se limitaban a reproducir los textos antiguos, Mattioli combinó la erudición filológica con la práctica médica, verificando las descripciones del médico griego a la luz de sus propias observaciones y de las de otros naturalistas contemporáneos. Su versión italiana, escrita con un estilo claro y elegante, acercó el saber médico a lectores que no conocían el griego ni el latín. En 1554 publicó una versión latina ampliada, los Commentarii, que consolidó su reputación en toda Europa.

Los Discorsi fueron mucho más que una traducción: constituyeron una obra de síntesis entre la tradición clásica y el nuevo espíritu científico del Renacimiento. Mattioli añadió centenares de comentarios originales, en los que describía con detalle las propiedades de las plantas, sus usos medicinales y su morfología. A través de sus observaciones, integró saberes populares, informes de médicos y botánicos de toda Europa, y su propia experiencia clínica. Su obra alcanzó una enorme difusión, con ediciones sucesivas en varios idiomas y con grabados cada vez más precisos, que convirtieron los herbarios ilustrados en una herramienta esencial para la identificación de las especies.

Entre sus correspondencias más significativas destaca la mantenida con Gherardo Cibo, a quien reconocía como un hábil observador y artista. En una carta enviada desde Praga en noviembre de 1565 —conservada en el manuscrito Add MS 22333 de la British Library—, Mattioli elogia los dibujos de Cibo, a los que califica como los más exquisitos que había visto, y le promete enviarle ejemplares de sus nuevas ediciones. Este intercambio revela el aprecio mutuo entre el médico y el artista, y muestra cómo las redes de comunicación científica del siglo XVI se sustentaban tanto en la palabra escrita como en la imagen.

Mattioli fue también un espíritu polémico y un crítico severo. Sus comentarios y notas marginales reflejan un carácter apasionado, seguro de su autoridad y dispuesto a debatir las identificaciones erróneas de las especies descritas por otros autores. No obstante, su influencia fue decisiva para consolidar la botánica como disciplina científica independiente de la medicina. Al combinar la filología, la observación empírica y la ilustración, contribuyó a transformar el antiguo arte de los remedios en una ciencia basada en la descripción sistemática de la naturaleza.

Murió en Trento a comienzos de 1578, víctima de la peste, tras una vida dedicada al estudio y la divulgación del conocimiento médico y botánico. Su legado perdura no solo en las múltiples ediciones de sus obras, sino también en los manuscritos y herbarios inspirados en ellas, como el Dioscórides de Cibo y Mattioli, donde su pensamiento se ve prolongado y reinterpretado con una sensibilidad artística única.

3.2. Gherardo Cibo (1512–1600)

Gherardo Cibo fue una de las figuras más singulares del Renacimiento italiano: noble, artista, botánico y naturalista, cuyo talento permitió unir la observación científica con la sensibilidad pictórica. Nacido en Génova en 1512, pertenecía a una familia de la alta nobleza emparentada con el papa Inocencio VIII, lo que le garantizó una educación humanista de alto nivel y una amplia red de contactos en los círculos culturales y científicos de su tiempo.

Desde joven mostró una inclinación natural hacia el arte y el estudio de la naturaleza. Su formación combinó el dibujo, la pintura y la observación directa del entorno, influido por el espíritu renacentista que concebía el conocimiento como una experiencia integral. Aunque ocupó cargos cortesanos y eclesiásticos menores, su verdadera vocación fue siempre el estudio del mundo vegetal. Instalado en la región de Las Marcas, entre Roma, Umbría y los Apeninos, dedicó buena parte de su vida a recolectar, clasificar e ilustrar plantas autóctonas, plasmándolas con extraordinaria precisión en cuadernos y manuscritos que hoy constituyen valiosas fuentes para la historia de la botánica.

Su obra más destacada es el manuscrito Add MS 22332 de la British Library, conocido como Dioscórides de Cibo y Mattioli. En él, Cibo reunió una selección de textos del médico sienés Pietro Andrea Mattioli, copiados con su clara letra y acompañados de 168 miniaturas botánicas. Estas ilustraciones son notables no solo por su exactitud científica, sino también por su delicadeza artística: cada planta aparece representada ante un paisaje que sugiere su hábitat natural —montes, valles, riberas o praderas—, integrando la botánica y la pintura en una misma mirada.

Cibo no fue un simple copista. En sus manuscritos añadió observaciones personales, comparaciones entre especies, anotaciones sobre usos medicinales y nombres locales, e incluso comentarios críticos sobre las identificaciones propuestas por Mattioli y otros botánicos. En ocasiones introdujo correcciones o ampliaciones basadas en su experiencia directa, demostrando un espíritu investigador propio. Sus notas revelan un conocimiento profundo del medio natural y una clara intención de verificar la información mediante la observación empírica.

A lo largo de su vida, Cibo continuó perfeccionando su técnica y ampliando su colección de herbarios e ilustraciones. Sus cuadernos muestran una evolución en la caligrafía y el trazo que permite distinguir las fases de su trabajo: desde la escritura firme de su madurez hasta la temblorosa de sus últimos años, cuando aún seguía añadiendo detalles y correcciones. Además de su colaboración indirecta con Mattioli, iluminó ejemplares de herbarios impresos de autores como Leonhart Fuchs, coloreando con gran precisión los grabados de sus Historiae stirpium y demostrando su maestría en el manejo del color y de la luz.

El estilo pictórico de Cibo combina la minuciosidad del dibujo científico con la sensibilidad paisajística del arte renacentista. Su atención al detalle anatómico de las plantas —raíces, hojas, flores y frutos— no le impidió dotarlas de una dimensión estética y poética. Las plantas no aparecen aisladas, sino insertas en su entorno, como organismos vivos que forman parte del paisaje. Esta visión, innovadora para su tiempo, lo sitúa entre los pioneros de la ilustración naturalista moderna.

Además de botánico y pintor, Cibo fue un atento observador del mundo humano. En los fondos de algunas miniaturas aparecen aldeanos, pastores o viajeros, figuras diminutas que confieren a la composición una atmósfera de serenidad y equilibrio. La integración del paisaje con la descripción científica convierte su obra en un puente entre la observación natural y la representación artística, preludiando el enfoque que caracterizaría a la botánica ilustrada de los siglos posteriores.

Murió hacia 1600, dejando tras de sí un legado de manuscritos e ilustraciones que testimonian una vida entera dedicada al estudio de la naturaleza. Su Dioscórides no solo es un homenaje a Mattioli y a la tradición de Dioscórides, sino también una creación personal de enorme valor artístico y científico. En él, la precisión del botánico y la sensibilidad del artista se unen en una obra que anticipa la mirada moderna sobre el mundo vegetal, donde el arte no sirve únicamente para decorar, sino para comprender.

3.3. La relación entre Cibo y Mattioli

La relación entre Gherardo Cibo y Pietro Andrea Mattioli constituye uno de los episodios más interesantes de la historia de la botánica renacentista. Ambos compartieron una profunda admiración por la obra de Dioscórides y un mismo afán por observar y describir las plantas con precisión científica. Aunque no existen pruebas concluyentes de que llegaran a encontrarse en persona, su correspondencia y los testimonios indirectos permiten reconstruir un intercambio intelectual intenso y mutuamente fructífero.

Cibo conocía y estudiaba desde hacía años las ediciones de los Discorsi de Mattioli. Poseía varios ejemplares —las ediciones de 1548, 1558 y 1573— que anotó y coloreó con esmero, añadiendo observaciones personales y rectificaciones basadas en su experiencia de campo. También había iluminado un ejemplar del De historia stirpium de Leonhart Fuchs, obra que le valió el reconocimiento de importantes mecenas y que le abrió las puertas a nuevos encargos. Fue precisamente a través de su hermano Scipione, residente en Siena, como Mattioli conoció la existencia de los dibujos botánicos de Gherardo y quedó impresionado por su calidad.

El intercambio entre ambos comenzó hacia 1563, probablemente por vía epistolar. Mattioli, interesado en obtener copias de los dibujos de Cibo, le propuso un intercambio: él enviaría ejemplares de sus nuevas ediciones ilustradas de los Discorsi a cambio de algunos de esos dibujos. La relación se concretó dos años más tarde en una carta fechada el 19 de noviembre de 1565, escrita desde Praga y conservada en el manuscrito Add MS 22333 de la British Library. En ella, Mattioli se disculpa por la demora en responder a una consulta botánica de Cibo —que le había enviado varias ilustraciones para identificar— y elogia sin reservas la calidad de sus obras, calificándolas como “las más exquisitas que hubiera visto”. Prometía además enviarle un ejemplar de la última edición de sus Discorsi y expresaba su deseo de ver más dibujos suyos, aunque reconocía que su avanzada edad y la distancia le impedían regresar a Italia.

El tono de la carta refleja un respeto sincero hacia Cibo, a quien Mattioli consideraba un botánico competente y un artista de gran talento. De hecho, en la edición de 1568 de los Discorsi, Mattioli menciona expresamente haber recibido de “la mano de Cibo” un dibujo coloreado del torvisco (Daphne gnidium), que describe con admiración por su exactitud y sutileza. Incluso mandó incluir un grabado basado en esa imagen, gesto inusual en una época en que el reconocimiento de la autoría visual era todavía excepcional.

A lo largo de su manuscrito, Cibo demuestra la influencia directa de Mattioli, copiando numerosos pasajes de sus Discorsi e incorporando comentarios propios. En ocasiones coincide plenamente con su maestro, pero otras se permite discrepar abiertamente. En el folio 29v, por ejemplo, critica la identificación que hace Mattioli de la consuelda media y la consuelda menor, señalando que el autor sienés se había equivocado al ilustrar una de ellas. En otros casos, amplía las descripciones con observaciones procedentes de su propia experiencia o de la de colegas y amigos, como el médico Luciano Belo de Rocca Contrada o Alfonso Ceccarelli de Bevagna.

Estas diferencias no disminuyen la influencia de Mattioli sobre Cibo, sino que ponen de manifiesto la madurez científica de este último. El diálogo intelectual entre ambos representa el tránsito de una botánica todavía dependiente de la autoridad textual hacia una ciencia sustentada en la observación empírica y en la verificación experimental. Cibo aprendió de Mattioli la importancia de integrar texto e imagen, y llevó esta idea a su máxima expresión al concebir un manuscrito en el que cada ilustración se convierte en complemento visual del conocimiento médico.

Aunque no se sabe si continuaron en contacto durante los últimos años de Mattioli, su colaboración dejó una huella profunda. El Dioscórides de Cibo y Mattioli puede considerarse la culminación de ese intercambio: una obra en la que la erudición del médico sienés y la sensibilidad artística del naturalista genovés se unen para ofrecer una visión renovada de la naturaleza. Su relación simboliza la convergencia de dos mundos —el del texto y el de la imagen— que, al encontrarse, dieron origen a una de las síntesis más hermosas de la ciencia y el arte renacentistas.


4. El manuscrito Add MS 22332 (British Library)

4.1. Descripción material

El Dioscórides de Cibo y Mattioli se conserva en la British Library de Londres con la signatura Add MS 22332. Se trata de un manuscrito de formato in-folio elaborado entre 1564–1584, que representa una de las más refinadas muestras de la ilustración botánica renacentista. El códice reúne un total de 370 páginas y 168 miniaturas a página entera, pintadas con una precisión y un gusto estético que lo sitúan entre las obras maestras de su género.

El manuscrito está ejecutado sobre papel de excelente calidad, propio de los talleres italianos del siglo XVI, y encuadernado en piel oscura, con estampación en oro, una encuadernación de lujo que refleja el valor que desde su creación se otorgó a la obra. Su tamaño, de 265 × 195 mm, permite apreciar con claridad los detalles de las ilustraciones y la relación entre texto e imagen.

A lo largo de sus páginas, Gherardo Cibo combinó escritura y pintura con una maestría excepcional. La letra, clara y uniforme, muestra la disciplina del copista y la formación humanista de su autor. Los márgenes amplios y la cuidada disposición del texto evidencian que se trataba de un manuscrito concebido tanto para el estudio como para la contemplación. El texto procede principalmente de los Discorsi de Pietro Andrea Mattioli, pero Cibo lo reelaboró con libertad, incorporando observaciones personales y denominaciones locales.

Las miniaturas botánicas constituyen el elemento más sobresaliente del manuscrito. Cada una de ellas representa una especie vegetal con extraordinaria fidelidad, destacada sobre un fondo de paisaje que recrea su entorno natural. Las plantas aparecen en su tamaño y proporción reales, cuidadosamente delineadas, con una paleta de colores que combina la precisión científica con el refinamiento artístico. En muchos casos, el naturalismo de las figuras revela la observación directa de la flora italiana, especialmente de las regiones de Las Marcas y Umbría, donde Cibo desarrolló la mayor parte de su trabajo.

La estructura del códice muestra que fue concebido como un compendio ilustrado, donde el texto y la imagen mantienen una relación complementaria. En algunos folios, la ilustración ocupa toda la página, mientras que en otros acompaña al texto, generando un diálogo visual entre palabra y representación. Esta disposición contribuye a reforzar el carácter didáctico de la obra, permitiendo identificar de un vistazo las especies descritas por Mattioli.

El manuscrito forma parte de un conjunto más amplio de trabajos de Cibo conservados en la British Library, entre ellos el Add MS 22333, que incluye una carta autógrafa de Mattioli dirigida a Cibo. Ambos volúmenes demuestran la madurez artística y científica del autor genovés y la estrecha relación entre su obra y la de su maestro sienés.

Desde su creación, el Dioscórides de Cibo y Mattioli ha sido considerado un testimonio excepcional del espíritu renacentista: una obra donde la precisión científica, la belleza artística y el interés por la naturaleza confluyen de manera armoniosa. Su factura material, su estado de conservación y la riqueza cromática de sus miniaturas lo convierten en un ejemplo paradigmático de los herbarios ilustrados del siglo XVI.

4.2. Contenido textual

El contenido textual del Dioscórides de Cibo y Mattioli procede principalmente de los Discorsi de Pietro Andrea Mattioli, la célebre traducción al italiano del De materia medica de Dioscórides, publicada por primera vez en 1544. Gherardo Cibo seleccionó y copió con su propia mano numerosos pasajes de esa obra, intercalando a lo largo del manuscrito anotaciones, comentarios y observaciones personales. El resultado no es una simple transcripción, sino una reelaboración cuidadosa que refleja tanto su conocimiento botánico como su afán de verificación empírica.

El texto sigue una estructura similar a la de los Discorsi, combinando descripciones de plantas con referencias a sus usos medicinales, su localización geográfica y las diferencias entre especies afines. Cibo adaptó la lengua y la presentación para hacerla más fluida, sustituyendo en ocasiones palabras por sinónimos o simplificando expresiones sin alterar el sentido original. Algunas variaciones entre la versión impresa de Mattioli y la del manuscrito se deben, probablemente, a la rapidez del copiado o a correcciones espontáneas derivadas de su propia experiencia como observador.

Además de copiar los pasajes más significativos, Cibo añadió sus propias observaciones sobre la flora italiana. En algunos casos amplió las descripciones de Mattioli con información derivada de su entorno, como en el caso de los narcisos que afirma haber visto en Sassoferrato y en los montes de Sigillo en 1557, o en sus notas sobre la lunaria perenne, habitual en las zonas de Ancona y Urbino. Estas aportaciones confieren al manuscrito un carácter híbrido, a medio camino entre tratado científico y cuaderno de campo, donde la experiencia directa complementa la autoridad del texto impreso.

En el plano médico, Cibo conservó las referencias terapéuticas esenciales de Mattioli, pero evitó las digresiones doctrinales o las discusiones teóricas de la tradición galénica. Su atención se centra en la identificación visual y práctica de las especies, con ocasionales notas sobre propiedades curativas o nombres populares. Este enfoque refuerza el carácter funcional del manuscrito como herramienta de consulta, destinada tanto a la contemplación estética como al estudio botánico.

A lo largo del texto, Cibo cita a menudo a otros autores clásicos y contemporáneos, reflejando la amplitud de su cultura científica. Menciona a Galeno, Plinio y Teofrasto, pero también a botánicos renacentistas como Rembert Dodoens o Luigi Anguillara, lo que muestra su integración en una red de conocimiento paneuropea. Sin embargo, en el manuscrito no se limita a reproducir las ideas de sus fuentes: las contrasta con su propia observación y, cuando considera que Mattioli o Dioscórides se equivocan, lo indica con respeto, pero sin vacilar.

El texto conserva asimismo la dualidad característica de la obra de Mattioli: una parte filológica, que traduce y comenta a Dioscórides, y otra empírica, que describe la práctica médica y farmacológica de su tiempo. En el manuscrito, esa dualidad se traduce en una combinación armoniosa de erudición y experiencia, de lectura y mirada. En ocasiones, las descripciones textuales se interrumpen para dejar espacio a la imagen o se continúan tras ella, estableciendo un diálogo natural entre ambas.

El resultado es un texto vivo y orgánico, que combina la herencia clásica con el espíritu científico del Renacimiento. El Dioscórides de Cibo y Mattioli no pretende sustituir al De materia medica, sino reinterpretarlo a la luz de la observación personal. En sus páginas, las palabras de Mattioli encuentran un nuevo soporte: la mirada atenta del artista-botánico que, con la pluma y el pincel, convierte el conocimiento médico en una experiencia visual.

4.3. Organización botánica

La estructura del Dioscórides de Cibo y Mattioli responde al propósito de crear una obra que uniera el rigor científico con una disposición visual armoniosa. Aunque Cibo tomó como punto de partida la organización de los Discorsi de Mattioli —y, por tanto, la de los cinco libros del De materia medica de Dioscórides—, el manuscrito no sigue una división estrictamente sistemática ni alfabética. Su orden obedece más bien a criterios prácticos y observacionales, propios de un naturalista que trabajaba sobre el terreno.

Cada sección del manuscrito presenta una o varias especies vegetales, acompañadas de un texto descriptivo y una ilustración a página entera o a media página. La disposición no busca establecer una clasificación botánica en sentido moderno, sino mostrar una secuencia lógica basada en las propiedades medicinales, la morfología y la afinidad visual de las plantas. En este sentido, Cibo se mantiene fiel al espíritu empírico del siglo XVI, cuando las taxonomías científicas aún no se habían desarrollado plenamente y los herbarios se organizaban según criterios terapéuticos o de uso común.

El manuscrito combina plantas de naturaleza y utilidad diversa: especies medicinales de uso cotidiano, hierbas aromáticas, flores silvestres, arbustos y árboles. Cada planta está acompañada por su nombre latino o italiano, seguido de variantes locales, sinónimos populares o referencias a autores antiguos. Cibo se preocupa por indicar las diferencias entre especies similares, destacando detalles morfológicos como la forma de las hojas, el color de las flores o la textura de los tallos, lo que demuestra su interés por la identificación precisa.

El texto que acompaña a las imágenes recoge, en la mayoría de los casos, fragmentos de los Discorsi de Mattioli, seleccionados por su relevancia práctica. A partir de ellos, Cibo desarrolla comentarios propios que amplían o matizan la información del original. Algunas de sus anotaciones hacen referencia a lugares concretos donde observó las plantas, como las montañas de Umbría o las cercanías de Ancona y Urbino, proporcionando una dimensión geográfica que enriquece la obra.

En la relación entre texto e imagen se aprecia un cuidadoso equilibrio. En varios casos, la ilustración ocupa toda la página y el texto se sitúa en el reverso, de manera que el lector puede concentrarse en la representación visual sin distracciones. En otros, Cibo escribe breves descripciones al pie de la imagen o en el margen, creando una interacción dinámica entre palabra y dibujo. Este diálogo constante entre lo visual y lo verbal constituye una de las señas de identidad del manuscrito, y demuestra la voluntad de su autor de combinar la observación científica con la claridad pedagógica.

Aunque la clasificación de las especies en el manuscrito no responde a un sistema formal, puede apreciarse cierta tendencia a agruparlas según familias o propiedades curativas. Las plantas purgantes, tónicas, digestivas o analgésicas aparecen cercanas entre sí, lo que sugiere una intención didáctica. Este criterio, heredero del pensamiento médico de la época, sitúa al manuscrito en la transición entre la farmacopea tradicional y la botánica empírica moderna.

En conjunto, la organización del Dioscórides de Cibo y Mattioli refleja la mentalidad del científico-artista que observa la naturaleza no como un catálogo estático, sino como un organismo vivo. Cada página establece un diálogo entre la precisión de la descripción y la belleza del entorno, entre la clasificación y la contemplación. Gracias a esta concepción, la obra de Cibo anticipa la mirada moderna sobre la botánica, en la que la observación del detalle se une al deseo de comprender la totalidad del mundo vegetal.

4.4. Estado de conservación y reencuadernaciones

El Dioscórides de Cibo y Mattioli se conserva actualmente en la British Library en un excelente estado general, teniendo en cuenta sus más de cuatro siglos y medio de antigüedad. Su estructura, a base de papel de alta calidad, ha resistido el paso del tiempo mejor que muchos manuscritos de su época, y tanto la escritura como las miniaturas mantienen una notable viveza cromática.

A lo largo de su historia, el códice ha experimentado algunas reencuadernaciones que han alterado parcialmente la disposición original de los textos e imágenes. En los primeros cuadernillos, por ejemplo, se advierte que la secuencia entre las descripciones y las ilustraciones no siempre coincide con la planificación inicial de Cibo. Este desajuste parece deberse a una reordenación posterior, probablemente con el fin de reforzar o proteger el volumen. El resultado fue que ciertos pasajes de texto y sus correspondientes figuras quedaron separados, interrumpiendo en ocasiones el diálogo visual que el autor había concebido entre palabra e imagen.

Pese a esas modificaciones, la integridad del manuscrito se ha conservado en gran medida. Las ilustraciones no presentan pérdidas significativas ni repintes agresivos, y la mayor parte de las páginas conserva la textura y el color originales del papel. El desgaste visible en los bordes y márgenes es mínimo y se asocia al uso natural de la obra a lo largo de los siglos.

El manuscrito fue objeto de especial atención durante el siglo XIX, cuando ingresó en los fondos del British Museum (actual British Library) tras su adquisición en la subasta Costabili de 1858. En esa época se reforzó la encuadernación con materiales de conservación modernos, manteniendo la piel negra con estampaciones doradas que caracteriza a su aspecto actual. Esta intervención contribuyó a garantizar su preservación, aunque también consolidó las alteraciones en el orden de algunos folios.

En las guardas del volumen se conservan anotaciones históricas que permiten rastrear parte de su trayectoria antes de llegar a Londres. En ellas se encuentran inscripciones en italiano de finales del siglo XVI, parcialmente ilegibles, que sugieren un posible obsequio cortesano fechado en 1597. Estas marcas tempranas, junto con los registros de propietarios posteriores, ayudan a reconstruir su procedencia y aportan información valiosa sobre la apreciación que sus sucesivos poseedores tuvieron de la obra.

El análisis físico del manuscrito confirma que Cibo empleó materiales de gran calidad. Los pigmentos utilizados en las miniaturas —azules minerales, verdes de cobre, amarillos orgánicos y toques de oro— conservan su brillo original, y el trazo de la pluma sigue siendo nítido. La armonía cromática, característica del arte de Cibo, se ha mantenido intacta gracias al esmero con que fue pintado y al cuidado de sus propietarios a lo largo del tiempo.

Hoy, el Dioscórides de Cibo y Mattioli es uno de los tesoros mejor preservados de la colección botánica renacentista de la British Library. Su estado de conservación permite apreciar plenamente tanto la calidad artística de las miniaturas como el valor científico del texto. A pesar de las reencuadernaciones y los pequeños desplazamientos entre texto e imagen, la obra conserva la coherencia visual y conceptual que Cibo concibió, y sigue ofreciendo una visión privilegiada del encuentro entre arte, ciencia y naturaleza en el siglo XVI.


5. Las ilustraciones botánicas

5.1. Características artísticas y científicas

Las ilustraciones del Dioscórides de Cibo y Mattioli constituyen uno de los logros más sobresalientes del arte científico del siglo XVI. Su autor, Gherardo Cibo, unió en ellas el conocimiento del botánico y la sensibilidad del pintor, logrando una fusión perfecta entre observación natural y representación artística. Cada una de las ciento sesenta y ocho miniaturas reproduce con gran exactitud las características de la planta representada, pero al mismo tiempo la sitúa en un entorno paisajístico que aporta profundidad y contexto.

Desde el punto de vista científico, las miniaturas destacan por su precisión morfológica. Cibo estudió las plantas directamente en su hábitat, lo que le permitió captar los detalles anatómicos con una fidelidad superior a la de la mayoría de los herbarios impresos de su tiempo. Sus ilustraciones muestran raíces, tallos, hojas, flores y frutos con una atención minuciosa al color y a la textura. En muchas de ellas, la disposición de los órganos vegetales permite reconocer sin dificultad la especie descrita, lo que convierte al manuscrito en un auténtico herbario visual.

El método de trabajo de Cibo combinaba la observación directa con la comparación textual. A partir de los Discorsi de Mattioli, verificaba sobre el terreno las descripciones y las corregía cuando era necesario. Este proceso de contraste entre texto e imagen hace del manuscrito una obra viva, resultado del estudio empírico más que de la mera copia. Por esa razón, sus ilustraciones poseen un valor científico independiente, pues en muchos casos ofrecen una representación más exacta que los grabados publicados en las ediciones impresas de Mattioli.

En el plano artístico, las miniaturas revelan un dominio excepcional del dibujo y del color. Las plantas se presentan con una naturalidad que evita la rigidez esquemática de los herbarios tradicionales. Los tonos verdes, ocres y rosados se combinan con una delicadeza cromática que refuerza la sensación de volumen y frescura. La luz está tratada con sutileza, y las sombras proyectadas sobre el terreno o sobre los tallos crean una atmósfera verosímil que recuerda a la pintura paisajística contemporánea.

Un rasgo distintivo de las obras de Cibo es la inclusión de paisajes de fondo, algo inusual en los herbarios renacentistas. Montañas, colinas, casas o caminos en miniatura enmarcan las plantas y sugieren el ambiente donde crecen. Estos escenarios no solo embellecen la imagen, sino que cumplen una función científica: indican el hábitat de cada especie. En algunos casos, aparecen figuras humanas diminutas que aportan escala y una sensación de vida cotidiana. Esta integración del paisaje convierte las ilustraciones en un punto de encuentro entre la botánica y el arte naturalista, anticipando la sensibilidad del siglo XVII.

Cibo no empleaba las convenciones de los artistas de taller, sino que pintaba con una mirada personal y directa. La composición de cada imagen parece concebida desde la experiencia del observador que contempla la planta en su entorno. Su estilo combina el rigor de la representación científica con la libertad del pintor que busca belleza y equilibrio.

El resultado es un conjunto de imágenes que trascienden su función documental. En ellas, la naturaleza se muestra como una totalidad armónica, donde el estudio científico y la contemplación estética son inseparables. La unión de exactitud botánica y arte pictórico convierte al Dioscórides de Cibo y Mattioli en un ejemplo insuperable de la ilustración científica renacentista, y en una de las obras más bellas de la historia de la botánica.

5.2. Clasificación y familias representadas

El Dioscórides de Cibo y Mattioli reúne un total de ciento sesenta y ocho ilustraciones botánicas que reflejan la enorme diversidad del mundo vegetal conocido en el siglo XVI. Aunque el manuscrito no está organizado según una clasificación científica moderna, el conjunto de especies representadas permite reconocer la amplitud de intereses de Gherardo Cibo, que abarcaba tanto las plantas medicinales más comunes como especies raras o de difícil identificación.

Las plantas aparecen agrupadas siguiendo un criterio funcional y empírico, basado en las propiedades curativas o en las semejanzas morfológicas. Este sistema, heredero de la tradición de Dioscórides y Mattioli, responde a una lógica práctica más que teórica. De este modo, Cibo reúne en secuencia plantas de efectos purgantes, diuréticos, cicatrizantes o digestivos, y alterna hierbas, arbustos y árboles según su utilidad o su relación con otras especies.

Entre las familias botánicas más representadas destacan las liliáceas, compuestas, umbelíferas, leguminosas y crucíferas, presentes con gran variedad de ejemplos. También figuran numerosas especies de las familias rosáceas, boragináceas, ranunculáceas y apiáceas, fundamentales en la farmacopea tradicional del Renacimiento. Algunas plantas descritas por Cibo son propias de la flora italiana y europea, mientras que otras proceden de regiones más lejanas y fueron conocidas a través de las ediciones de Mattioli o de la circulación de información entre botánicos contemporáneos.

El manuscrito incluye especies emblemáticas como la Atropa belladonna, la Pulmonaria vallarsae, el Cyclamen hederifolium o el Ruscus aculeatus, que figuran entre las más refinadas miniaturas de la colección. Estas plantas no solo tenían valor médico, sino también simbólico, y su representación evidencia la sensibilidad artística y científica del autor. En sus descripciones, Cibo detalla las características que permiten distinguirlas, como el color de las flores, la forma de las hojas o el tipo de fruto, e indica en algunos casos los lugares concretos donde las observó.

Además de las especies autóctonas de la península itálica, el manuscrito recoge plantas conocidas en la tradición clásica o introducidas en Europa a través de las rutas comerciales del Mediterráneo. En este sentido, el Dioscórides de Cibo y Mattioli refleja el horizonte ampliado de la botánica renacentista, que empezaba a integrar las aportaciones procedentes de Asia, África y el Nuevo Mundo.

El conjunto de especies representadas ilustra con claridad la transición entre la farmacopea tradicional, centrada en los remedios, y la botánica descriptiva, interesada en la clasificación visual de las plantas. Aunque Cibo no utiliza un sistema taxonómico, su modo de agrupar las especies revela un esfuerzo por observar patrones y establecer relaciones naturales. Cada ilustración es al mismo tiempo un estudio individual y una pieza dentro de una red más amplia de correspondencias entre formas y funciones.

Las miniaturas del Dioscórides pueden considerarse, en conjunto, un repertorio de la flora medicinal europea del siglo XVI. Por su precisión y variedad, el manuscrito constituye una fuente de gran valor para el estudio de la botánica histórica. Su visión integral de la naturaleza, en la que cada planta ocupa un lugar dentro de un orden coherente y armónico, anticipa la idea moderna de la clasificación botánica como reflejo del equilibrio del mundo natural.

5.3. Función y estilo de las imágenes

Las miniaturas cumplen una doble función: didáctica, al permitir reconocer cada planta con exactitud, y artística, al situarla en paisajes que evocan su hábitat natural. Frente a los grabados de las ediciones impresas de Mattioli, las ilustraciones de Cibo destacan por su volumen, color y sensación de vida, reflejando la concepción renacentista de la imagen como medio esencial para transmitir el saber.

Desde el punto de vista científico, las ilustraciones de Cibo desempeñan un papel equivalente al de los grabados que acompañaban las ediciones impresas de los Discorsi de Mattioli, aunque las superan en calidad y detalle. Cada imagen funciona como un documento visual que traduce la descripción textual en una representación comprensible. La claridad con que se distinguen las partes de la planta —raíces, tallos, hojas, flores y frutos— permite reconocer con precisión la especie y sus posibles variantes. Este valor didáctico convierte el manuscrito en un instrumento de observación y aprendizaje, no solo en una obra de arte.

El estilo de Cibo se caracteriza por la naturalidad de las composiciones y por su rechazo a los esquemas rígidos de los herbarios tradicionales. En lugar de aislar las plantas sobre fondos neutros, las sitúa en paisajes abiertos, con colinas, árboles o arquitecturas lejanas que evocan el ambiente en que crecen. Esta integración del paisaje en la ilustración botánica era una innovación notable en su tiempo y demuestra su visión artística del mundo natural. Cada miniatura transmite la sensación de que la planta forma parte de un ecosistema vivo, no de una colección estática.

Cibo equilibra la fidelidad científica con una sensibilidad pictórica cercana a la de los grandes paisajistas italianos del Renacimiento. La disposición de los elementos, la gradación de los tonos verdes y terrosos, y la atención al juego de luces y sombras revelan un dominio técnico excepcional. Sus ilustraciones no son copias mecánicas, sino interpretaciones meditadas, que buscan la armonía entre forma, color y composición.

El artista concibe las plantas como protagonistas de una escena, y a menudo introduce en segundo plano pequeñas figuras humanas, animales o edificios que añaden profundidad y significado. Estas escenas no son simples adornos: ayudan a situar la planta en su contexto natural y refuerzan la idea de que la botánica es parte del estudio general de la naturaleza. De esta manera, Cibo logra unir la observación científica con la contemplación estética, integrando la botánica en el lenguaje del arte.

La función de las imágenes es, por tanto, múltiple. Sirven para identificar y estudiar, pero también para deleitar y transmitir una idea de orden y belleza en la naturaleza. En la visión de Cibo, el conocimiento botánico no se limita a la descripción utilitaria, sino que busca revelar la armonía del mundo vegetal. Su estilo refleja la convicción renacentista de que el arte puede ser un medio de conocimiento, capaz de expresar con claridad lo que las palabras, por sí solas, no pueden describir.

El resultado es un conjunto de imágenes que convierten el Dioscórides de Cibo y Mattioli en una obra total, donde ciencia y arte se funden en una misma expresión visual. Cada página, al mismo tiempo ilustración y observación, muestra cómo el dibujo se transforma en un lenguaje universal para comprender la naturaleza.

5.4. Ejemplos representativos

Las miniaturas del Dioscórides de Cibo y Mattioli ofrecen un catálogo de la flora conocida en el siglo XVI y una de las mejores muestras de la precisión científica y la sensibilidad artística del Renacimiento. A través de sus ilustraciones, Gherardo Cibo no solo representó la diversidad vegetal, sino que también expresó su método de trabajo: observar directamente, comparar con las fuentes y traducir en imagen la armonía del mundo natural. A continuación se analizan algunas de las especies más destacadas del manuscrito, elegidas por la relevancia de su iconografía, su interés botánico o el valor artístico de su representación.

Amapola – Papaver somniferum – ff. 107r

La amapola, una de las flores más reconocibles de los campos mediterráneos, fue para Cibo símbolo de belleza efímera y de poder curativo. En su miniatura aparece erguida con los pétalos rojos desplegados y en la cápsula aún verde, lista para madurar. Este contraste entre fragilidad y vigor resume bien la naturaleza de la planta: delicada en apariencia, pero dotada de fuertes principios activos. Dioscórides ya la mencionaba por sus efectos somníferos y calmantes, y en el Renacimiento su infusión se usaba para aliviar la tos, el insomnio o el dolor. Los pétalos, ricos en antocianinas, servían como sedante infantil, mientras que las semillas, pequeñas y aceitosas, se utilizaban en la cocina y en la panadería. Cibo representa con precisión el color y la estructura del fruto, reflejando su interés tanto por la observación botánica como por la dimensión simbólica de la amapola, asociada desde la Antigüedad al sueño y al descanso.

Adormidera – Papaver somniferum L. – f. 108r

La adormidera, cultivada desde tiempos remotos, ocupa un lugar destacado tanto en la historia de la medicina como en la iconografía botánica. Cibo la representa con flores blancas y pétalos manchados en su base, detalle característico que denota su mirada precisa y fiel a la naturaleza. En el centro de la miniatura destaca la cápsula, de la que se obtiene el látex blanquecino que, al secarse, se transforma en opio. Este jugo concentrado, conocido y temido desde la Antigüedad, encierra una compleja mezcla de alcaloides —entre ellos la morfina y la codeína— responsables de sus potentes efectos calmantes y sedantes. Dioscórides ya la distinguía de la amapola silvestre, subrayando su valor terapéutico. En el Renacimiento, su empleo médico convivía con un reconocimiento estético: la planta, además de curar, era admirada por su elegancia formal. En la obra de Cibo, la adormidera resume esa doble condición, donde ciencia y belleza se entrelazan en un mismo gesto artístico.

Aristoloquia [Aristoloquia larga según Cibo] – Aristolochia clematitis L. – f. 77r

La aristoloquia larga fue durante siglos una planta de gran reputación médica, venerada por sus supuestas virtudes para facilitar el parto y curar heridas, aunque su toxicidad la relegó con el tiempo al olvido. Cibo la representa con minucioso detalle: tallos erguidos, hojas cordiformes de color verde intenso y flores amarillentas con forma de tubo curvado, rasgo distintivo del género. En el fondo de la miniatura, el paisaje parece reforzar el carácter vigoroso de la especie, adaptada a suelos cálidos y secos. El autor la conocía bien y la distinguía de la aristoloquia redonda, observando diferencias en el color de sus flores y en sus efectos medicinales. Dioscórides y, más tarde, Mattioli la consideraban eficaz para los partos y para tratar llagas y tumores. Sin embargo, su principio activo, el ácido aristolóquico, se reconoció después como venenoso. Cibo capta en su imagen ese equilibrio entre utilidad y peligro, entre medicina y veneno, que confiere a esta planta un aura de ambigüedad fascinante.

Aristoloquia redonda – Aristolochia rotunda L. – ff. 77v-78r

La aristoloquia redonda, identificada por Cibo como la hembra del género, es una de las plantas más enigmáticas del manuscrito. En su miniatura, el artista muestra las hojas redondeadas y carnosas, semejantes a las de la hiedra, y las flores rojizas con forma de pequeño casco, rasgo que él mismo destaca al corregir la descripción de Dioscórides. Con su habitual atención a la observación directa, Cibo anota que las flores de la redonda son rojas y las de la larga, en cambio, blanquecinas o amarillentas, una precisión botánica que demuestra su espíritu empírico. En la tradición médica, esta planta se consideraba un poderoso antídoto contra venenos y un remedio eficaz para los trastornos femeninos, especialmente en el parto y la menstruación, aunque su uso conllevaba riesgos por su toxicidad. En la ilustración, las raíces abultadas y las flores dispuestas solitarias en los nudos subrayan su carácter distintivo. Cibo logra así unir el rigor científico con un refinado sentido estético, haciendo de esta especie un ejemplo claro del diálogo entre observación y arte en su herbario.

Aristoloquia hueca – Corydalis cava (L.) Schweigger & Koerte – f. 79r

Aunque Cibo la denomina “aristoloquia hueca”, esta planta pertenece en realidad a otro género, el Corydalis, y su inclusión bajo ese nombre refleja las confusiones taxonómicas propias del siglo XVI. En la miniatura se observa una planta de porte delicado, con flores tubulares de color violáceo dispuestas en racimo, emergiendo de un suelo boscoso que sugiere su hábitat natural. El bulbo, al que debe su nombre, es hueco y visible en el dibujo, testimonio del interés del artista por mostrar la anatomía completa del vegetal. En la tradición médica, se empleaba en cocimientos por sus propiedades antiespasmódicas y calmantes, aunque su contenido en alcaloides la hacía potencialmente peligrosa. Entre ellos destaca la bulbocapnina, capaz de inducir un estado catatónico si se consume en exceso. Cibo, atento al detalle morfológico más que a la clasificación científica moderna, ofrece una imagen de gran precisión y belleza, en la que se combina el rigor de la observación con una sensibilidad pictórica excepcional.

Belladona – Atropa belladonna – f. 5r

La belladona es una de las plantas más sugestivas y temidas del herbario, símbolo del fino límite entre medicina y veneno. Cibo la representa con minucioso realismo: hojas anchas de color verde oscuro, flores acampanadas de tono violáceo y frutos negros brillantes que recuerdan pequeñas cerezas. Esta apariencia atractiva contrasta con su peligrosidad, pues basta una pequeña cantidad para causar una grave intoxicación. El nombre del género, Atropa, evoca a Átropos, la Moira que cortaba el hilo de la vida, mientras que belladonna alude al uso cosmético que hacían las damas renacentistas, aplicando su jugo en los ojos para dilatar la pupila y realzar la mirada. Cibo plasma con precisión tanto su aspecto como su aura ambigua, entre lo mortal y lo seductor. Mattioli la cita en sus comentarios advirtiendo de su toxicidad, aunque reconoce su presencia común en Italia. En su miniatura, la belladona encarna la fascinación renacentista por las fuerzas ocultas de la naturaleza, donde belleza y peligro se confunden en un mismo tallo.

Pan porcino – Cyclamen hederifolium Aitón – ff. 11v-12r

El pan porcino es una de las miniaturas más refinadas del herbario de Cibo, en la que la delicadeza de las flores contrasta con la potencia del tubérculo subterráneo. Las hojas, de forma acorazonada y jaspeadas de tonos violáceos y blanquecinos, se representan con la precisión de quien ha observado la planta en su entorno natural, al pie de los árboles y en la penumbra de los bosques. Las flores, inclinadas y gráciles, parecen surgir directamente de la tierra, sin tallos aparentes, evocando un gesto casi escultórico. Cibo recoge fielmente los usos medicinales que le atribuían Dioscórides y Mattioli: purgante, emético y abortivo, además de antídoto contra venenos. Su raíz, gruesa y negra, era también materia prima para ungüentos, mientras que su jugo se empleaba en múltiples remedios domésticos. El nombre común alude a su inocuidad para los cerdos, que la comen sin daño. En la miniatura, ciencia, superstición y arte se entrelazan en una imagen que combina la belleza natural con el misterio de lo prohibido.

Azafrán – Crocus sativus L. – f. 160r

El azafrán, una de las plantas más valiosas del mundo antiguo y moderno, aparece en el manuscrito de Cibo con la delicadeza que merece su fama. En la miniatura, las flores de tonos violáceos se abren con sus tres estigmas rojos al aire, protagonistas absolutos del dibujo, pues de ellos se extrae la preciada especia. Cibo plasma con precisión su forma y color, captando la fragilidad de la flor y el contraste entre la sobriedad del follaje y la intensidad de los estambres. Cultivado desde la Antigüedad en Asia y extendido por el Mediterráneo, el azafrán fue alabado por Dioscórides tanto por su valor medicinal como por su rareza. Se utilizaba como calmante, afrodisíaco y diurético, además de ingrediente en ungüentos y colirios. En la tradición popular también se empleó para facilitar el parto, aunque con riesgos. En la obra de Cibo, el azafrán representa la unión entre botánica, arte y lujo, un símbolo de la búsqueda renacentista de lo exquisito en la naturaleza.

Olivo – Olea europaea L. var. europaea – f. 181v

El olivo ocupa un lugar central en la cultura y el paisaje del Mediterráneo, y Cibo lo representa con la dignidad que corresponde a un árbol sagrado y ancestral. Su miniatura muestra un tronco retorcido, de corteza grisácea y ramas cargadas de hojas lanceoladas, de un verde plateado que el artista reproduce con sutileza y realismo. En ella se percibe tanto el carácter simbólico del árbol como su importancia práctica: fuente de alimento, remedio y materia sagrada. Dioscórides lo distinguía de su forma silvestre, el acebuche, y atribuía a sus hojas virtudes cicatrizantes y antiinflamatorias, mientras que el aceite se utilizaba en ungüentos y preparados medicinales. Asociado a la diosa Atenea y emblema de paz y sabiduría, el olivo fue también símbolo de victoria, con sus ramas coronando a los héroes griegos. En la visión de Cibo, el árbol se eleva como una síntesis perfecta del espíritu del Dioscórides: la fusión entre ciencia, mito y naturaleza, donde el arte se convierte en vehículo de conocimiento y veneración.

Cardo corredor – Eryngium campestre L. – ff. 46v-47r

El cardo corredor, con su porte recio y su belleza agreste, es una de las plantas más características del paisaje mediterráneo. En la miniatura de Cibo se alza entre tonos terrosos, con hojas lobuladas y espinosas que relucen bajo la luz, y con cabezuelas redondeadas de un azul pálido que se abren como pequeñas estrellas metálicas. El artista reproduce con exactitud el aspecto coriáceo de la planta y la vibración de sus tonos fríos, destacando su capacidad para resistir la sequía. En la tradición médica, su raíz —aromática y blanca por dentro— era muy apreciada por sus virtudes diuréticas y digestivas, así como por su acción contra las inflamaciones y los venenos. Dioscórides ya mencionaba la variabilidad del color de sus flores, observación que Cibo confirma visualmente en su pintura. Cuando el viento arrastra sus tallos secos por los campos, el cardo parece cobrar vida, de ahí su nombre popular. En el manuscrito, esta planta simboliza la fuerza del mundo natural y el equilibrio entre rusticidad y elegancia que tanto atrajo al espíritu renacentista.

Lirio – Iris germanica L. – f. 148r

El lirio, conocido también como cárdeno, abre el De materia medica de Dioscórides y ocupa en el manuscrito de Cibo un lugar de privilegio tanto por su belleza como por su relevancia simbólica. En su miniatura se aprecia el porte elegante de la planta: hojas alargadas y rígidas que brotan en abanico y flores de un intenso color violeta, que Cibo reproduce con sutileza, destacando los reflejos azulados y las sombras plateadas. Aunque en su tiempo se cultivaba como especie ornamental, el lirio conservaba una larga tradición medicinal. Su rizoma, aromático y de sabor amargo, se utilizaba como purgante y en preparados de perfumería gracias a su fragancia similar a la violeta. Dioscórides lo consideraba una de las plantas más nobles, y Laguna amplió su descripción, recordando su uso para purificar el aliento y preparar el ungüento irino. En la cultura popular se le atribuían virtudes curativas casi mágicas, como aliviar las hemorroides al llevar su raíz seca. En el Dioscórides de Cibo, el lirio se convierte en emblema de pureza, equilibrio y continuidad entre la ciencia antigua y la sensibilidad artística del Renacimiento.

Aloe – Aloe vera (L.) Burm. pl. [= Aloe barbadensis Miller] – ff. 143v-144r

El aloe es una de las plantas más emblemáticas del Dioscórides y una de las que mejor resume la unión entre experiencia médica y observación naturalista en la obra de Cibo. En su miniatura, el artista representa las hojas gruesas y carnosas que brotan en roseta desde una raíz única, con sus bordes espinosos y un verde grisáceo que denota su carácter suculento. El aspecto brillante y translúcido de la pulpa refleja la atención al detalle y el dominio del color. Cibo acompaña su imagen con una descripción minuciosa de los distintos tipos de jugo concentrado —el preciado acíbar— y de sus usos, que van desde la purga y el tratamiento de la ictericia hasta la curación de heridas y úlceras. Dioscórides y Mattioli lo consideraban un medicamento esencial por sus propiedades astringentes, cicatrizantes y purificadoras. En la tradición renacentista, el aloe simbolizaba la regeneración y la fortaleza del cuerpo, y en el manuscrito de Cibo se convierte también en emblema de la medicina universal, donde el arte y la ciencia se funden en la representación de una planta “curalotodo” venerada desde la Antigüedad.

Helecho común – Pteridium aquilinum (L.) Kuhn – ff. 19v-20r

El helecho común es una de las plantas más imponentes del mundo silvestre y, en la miniatura de Cibo, aparece con toda su majestuosidad: frondes amplios y divididos, de un verde intenso, que surgen de un rizoma oscuro y enmarañado. El artista reproduce con precisión el porte elegante y expansivo de la planta, símbolo del sotobosque húmedo y sombrío. En el texto que lo acompaña, Cibo recoge la tradición médica transmitida por Dioscórides y Mattioli, destacando su uso como vermífugo —eficaz contra lombrices planas y redondas—, así como sus efectos abortivos y cicatrizantes. El rizoma, de color negro o rojizo, era especialmente valorado, y su corte transversal, con la forma de un águila bicéfala, dio origen al epíteto aquilinum. En el norte de Europa, incluso se utilizó como base para la fabricación de cerveza y pan. En el manuscrito, Cibo logra convertir una planta común en una composición de gran belleza estructural, donde la simetría natural de las frondes y la riqueza de matices verdes evocan tanto su vigor como su antigua asociación con la fertilidad y la renovación.

Hierba doncella – Vinca major L. – ff. 25v-26r

La hierba doncella, también conocida como vincapervinca, es una planta rastrera de aspecto delicado y persistente que Cibo representa con singular sensibilidad. En su miniatura, los tallos delgados se extienden en la base del cuadro, mientras las hojas opuestas, pequeñas y brillantes, reflejan la luz con un verde intenso, evocando la textura coriácea que las caracteriza. De entre ellas emergen las flores azul violáceas, dispuestas con equilibrio y serenidad. Más allá de su belleza ornamental, la planta fue muy valorada por sus propiedades medicinales: las hojas y tallos se empleaban contra la disentería y el dolor de muelas, y se consideraban útiles en dolencias uterinas y picaduras de serpiente. En el Dioscórides de Cibo, la hierba doncella simboliza la armonía y la constancia: una especie modesta que, al cubrir el suelo con su verdor perenne, encarna la continuidad de la vida y el equilibrio natural que el artista supo observar con mirada científica y poética a la vez.

Pulmonaria – Pulmonaria vallarsae A. Kern. – ff. 27v-28r

La pulmonaria es una de las plantas más delicadas del manuscrito de Cibo, tanto por su apariencia como por la historia médica que encierra. En su miniatura, las hojas ásperas y manchadas de blanco se abren en la penumbra de un entorno boscoso, mientras las flores, primero rosadas y luego violáceas, muestran el cambio cromático que caracteriza a la especie. Cibo reproduce con fidelidad este fenómeno, aludiendo al paso del tiempo y a la fragilidad de la vida. En la tradición médica, su forma manchada evocaba el tejido pulmonar, lo que llevó, según la teoría de las signaturas, a emplearla contra las enfermedades respiratorias. Mattioli, citando al médico Giuliano da Marostica, destacaba su eficacia en la curación de las úlceras pulmonares y en la expectoración de sangre. Rica en mucílagos y saponinas, la planta suaviza la tos y alivia la bronquitis. En el Dioscórides de Cibo, la pulmonaria se convierte en símbolo del vínculo entre apariencia y virtud curativa: una imagen donde la observación empírica y la intuición simbólica se funden en una misma mirada científica y poética.

Pulmonaria de árbol – Lobaria pulmonaria (L.) Hoffm. – ff. 70v-71r

La pulmonaria de árbol, o liquen pulmonario, es una de las representaciones más curiosas del Dioscórides de Cibo, por su carácter fronterizo entre el mundo vegetal y el mineral. En la miniatura se aprecia extendida sobre la corteza rugosa de un tronco, con lóbulos irregulares de color verde oliváceo en la parte superior y tonos amarillentos en el envés, imitando la textura de un pulmón humano. Esta semejanza visual explica su nombre y su uso tradicional, inspirado en la teoría de las signaturas, según la cual la forma de una planta revelaba su virtud curativa. Mattioli menciona que se utilizaba para tratar úlceras pulmonares, hemorragias y afecciones femeninas, confiando en su poder astringente y cicatrizante. Aunque en realidad se trata de un liquen —una simbiosis entre hongo y alga—, su aspecto evocador lo convirtió en objeto de estudio y admiración. En el manuscrito de Cibo, la pulmonaria de árbol simboliza la observación directa y la fascinación renacentista por los límites del saber natural, donde incluso lo más humilde y silencioso, como un liquen en la sombra del bosque, revela un universo de belleza y conocimiento.

Acebo – Ilex aquifolium L. – f. 182v

El acebo, con su follaje brillante y sus frutos rojos, ocupa un lugar especial en la flora europea y en el imaginario simbólico del invierno. En la miniatura de Cibo se alza como un pequeño árbol de hojas coriáceas, alternando el verde oscuro con el escarlata de sus bayas, una composición que combina equilibrio y viveza cromática. El artista plasma con precisión el contraste entre las hojas inferiores, armadas de espinas, y las superiores, de borde liso, reflejando la sabia adaptación natural de la especie. Aunque sus frutos son tóxicos, sus hojas cocidas se usaban contra la fiebre y el reuma, y su corteza servía para elaborar la “liga”, un adhesivo empleado antiguamente para cazar aves. Su madera, de gran calidad, tuvo usos artesanales y constructivos. Árbol dioico y resistente, el acebo es también emblema de vitalidad en el paisaje invernal, asociado desde antiguo a la protección y a las festividades. En el Dioscórides de Cibo, su representación no solo resalta su valor medicinal y ornamental, sino también la mirada reverente del artista hacia una naturaleza capaz de conjugar belleza, utilidad y mito.

Estas especies resumen la variedad y la profundidad del Dioscórides de Cibo y Mattioli. En ellas se aprecia el equilibrio entre la observación científica y la búsqueda estética, entre la curiosidad del botánico y la mirada del pintor. Cada miniatura es una lección de anatomía vegetal y, al mismo tiempo, una obra de arte que celebra la belleza del mundo natural.


6. Procedencia y transmisión del manuscrito

6.1. Primeros propietarios

La historia del Dioscórides de Cibo y Mattioli tras su creación en el siglo XVI se encuentra parcialmente envuelta en el misterio. El examen directo del manuscrito permite identificar una serie de anotaciones en las guardas que ofrecen las primeras pistas sobre su trayectoria inicial. Estas notas, escritas en italiano y bastante deterioradas por el paso del tiempo, fueron localizadas en la contratapa delantera y trasera del volumen, y constituyen el único testimonio de sus primeros dueños conocidos.

Entre las inscripciones, apenas legibles, se distingue una frase que alude a un posible regalo cortesano: un “illustrissimo” caballero que habría ofrecido el manuscrito a una “serenissima” dama en el año 1597, probablemente en el mes de febrero. Aunque los nombres de ambos se han perdido, la mención sugiere un intercambio de carácter noble o diplomático, típico de las cortes italianas de finales del siglo XVI, donde los manuscritos ilustrados de tema científico eran considerados objetos de prestigio y símbolo de erudición.

Estas anotaciones, redactadas en tinta oscura y posteriormente raspadas o deterioradas, muestran que el códice cambió de manos al menos una vez antes de finalizar el siglo. Es posible que un propietario posterior intentara borrar o disimular los nombres de los implicados, ya sea por discreción o por simple desgaste material. Más allá de este episodio, no se conoce con certeza su paradero durante más de dos siglos, hasta que reaparece en los registros de coleccionismo de principios del XIX.

La hipótesis más aceptada es que el manuscrito permaneció durante largo tiempo en manos privadas, quizá dentro de una biblioteca familiar de la región de Ferrara o de los Estados Pontificios, territorios donde la cultura humanista y la botánica gozaban de gran estima. La mención del año 1597, además, coincide con el periodo en que los estudios sobre Dioscórides y las ediciones ilustradas de herbarios alcanzaban gran popularidad entre las élites cultas italianas.

Pese a las lagunas en su itinerario, el hallazgo de estas inscripciones confirma que el Dioscórides de Cibo y Mattioli fue desde muy temprano un objeto de aprecio y de coleccionismo. Su valor artístico y científico lo convertía en un regalo digno de los círculos cortesanos más refinados, y las marcas manuscritas que aún conserva son la huella de una cadena de propietarios que lo custodió con el respeto reservado a las obras excepcionales.

6.2. Giovanni Battista Costabili (1756–1841)

Tras siglos de silencio en su historia, el Dioscórides de Cibo y Mattioli reaparece a comienzos del siglo XIX en la célebre colección de Giovanni Battista Costabili, noble de Ferrara y uno de los más notables bibliófilos italianos de su tiempo. Costabili, nacido en 1756, pertenecía a una antigua familia aristocrática y heredó el título de conde a una edad temprana. Educado en un ambiente culto, desarrolló desde joven un profundo interés por el arte y la literatura, aficiones que con el tiempo derivaron en una pasión por el coleccionismo de libros y manuscritos.

Durante su juventud y madurez, Costabili ocupó diversos cargos en la administración local y desempeñó también funciones diplomáticas al servicio de Napoleón Bonaparte, lo que le permitió viajar y establecer contactos con los círculos intelectuales europeos. Tras la caída de Napoleón, se retiró a su ciudad natal, Ferrara, donde dedicó sus últimos años a reunir una de las bibliotecas privadas más importantes de Italia.

Su colección abarcaba manuscritos, incunables, ediciones aldinas y obras ilustradas de gran valor, con especial interés por la botánica, la medicina y las artes. El Dioscórides de Cibo y Mattioli, catalogado entonces como “Erbario de Dioscórides traducido por Andrea Mattioli”, figuraba entre las piezas más preciadas de su biblioteca. En el catálogo de la subasta de 1858, aparece descrito en dos volúmenes bajo el lote número 212, con la siguiente anotación:

“Dos volúmenes en folio del siglo XVI, con numerosas plantas iluminadas que imitan con gran pericia el modelo natural. Casi todas las del primer tomo incluyen la descripción de Dioscórides traducida por Mattioli. El segundo volumen carece de texto, salvo un índice de una hoja. Se adjunta una carta autógrafa de Mattioli dirigida a Gherardo Cibo en Roma, fechada el 19 de noviembre de 1565.”

Este registro confirma que los manuscritos de Cibo se conservaban íntegros y en buen estado en la biblioteca de Costabili, y que ya entonces se reconocía su gran valor artístico. La colección del marqués era tan vasta que incluía más de cuatrocientos manuscritos, unos cuatrocientos incunables y cerca de ochocientas ediciones aldinas.

Costabili murió en 1841 sin descendencia directa, dejando sus bienes a su sobrino nieto, también llamado Giovanni Battista (1815–1882). Sin embargo, la fortuna familiar se deterioró con el tiempo, y el heredero se vio obligado a vender gran parte de la colección para obtener fondos. La primera gran venta tuvo lugar en París en 1858, organizada por la casa Silvestre. El Dioscórides formaba parte de esa subasta, que reunió cerca de seis mil quinientos lotes y atrajo el interés de museos, libreros y coleccionistas de toda Europa.

El paso del manuscrito por la biblioteca Costabili marcó una etapa fundamental en su historia. Gracias a la meticulosa conservación de los ejemplares y a la documentación asociada a la subasta, hoy es posible conocer detalles precisos sobre su descripción, número de folios y contenido. El cuidado con que Costabili preservó el manuscrito permitió que llegara al siglo XIX prácticamente intacto, preparado para iniciar una nueva etapa como parte de una institución pública.

6.3. Adquisición por el British Museum

El Dioscórides de Cibo y Mattioli pasó a formar parte de los fondos del British Museum, hoy British Library, gracias a la subasta celebrada en París en 1858, en la que se dispersó la biblioteca del marqués Giovanni Battista Costabili. Aquella venta, que reunió miles de lotes, fue uno de los acontecimientos bibliográficos más destacados del siglo XIX y atrajo a los principales tratantes de libros de Europa.

El manuscrito, descrito en el catálogo como “Erbario de Dioscórides traducido por Andrea Mattioli”, fue adquirido por los libreros londinenses Thomas y William Boone, quienes actuaban entonces como compradores oficiales del British Museum en las subastas continentales. Ambos hermanos representaban al conservador jefe de manuscritos, Frederic Madden, figura clave en la ampliación de las colecciones del museo durante la época victoriana.

Los diarios personales de Madden, conservados hoy en la Bodleian Library de Oxford, permiten seguir con detalle el proceso de adquisición. En sus anotaciones, el conservador menciona varias veces la subasta de Costabili y las dificultades para conseguir los mejores ejemplares debido a la intensa competencia de coleccionistas como Guglielmo Libri, famoso por sus adquisiciones agresivas. El 22 de febrero de 1858, Madden escribía que Boone había iniciado las compras en París, y el 4 de marzo añadía que los precios de los manuscritos estaban resultando muy elevados por las pujas de Libri.

Finalmente, el 20 de marzo de 1858, Madden registró en su diario que Boone había enviado a Londres los manuscritos adquiridos en la subasta Costabili, entre ellos el “Erbario da Andrea Mattioli, basado en Dioscórides”. Una semana más tarde, el 27 de marzo, Madden consignó oficialmente la compra en el interior del volumen con una nota manuscrita que aún se conserva:

“Purchased of Messrs. Boone | 27 March 1858 | (Costabili sale, Lot 212)”
(“Adquirido a los señores Boone | 27 de marzo de 1858 | Subasta Costabili, lote 212”).

El precio pagado fue de 100 francos por los dos volúmenes, una cifra notable para la época y que refleja el reconocimiento de su valor científico y artístico. Posteriormente, Madden revisó el manuscrito y anotó en las hojas de respeto el número de ilustraciones y folios: “161 Pictures, 185 Folios” para el primer volumen y “63 Pictures, 66 Folios” para el segundo. Estas cifras fueron verificadas más tarde por un ayudante del departamento.

Gracias a esta adquisición, el Dioscórides de Cibo y Mattioli pasó de la esfera privada de los coleccionistas italianos al dominio público británico, donde ha permanecido desde entonces. Su ingreso en el British Museum garantizó su conservación y permitió su estudio por parte de investigadores y especialistas en historia de la botánica, el arte y la medicina.

En la actualidad, el manuscrito se conserva en la British Library, bajo la signatura Add MS 22332, junto con el segundo volumen (Add MS 22333) que contiene la carta autógrafa de Pietro Andrea Mattioli dirigida a Gherardo Cibo el 19 de noviembre de 1565. Esta documentación complementaria refuerza la autenticidad del conjunto y proporciona un testimonio directo de la relación entre ambos autores.

Con su adquisición en 1858, el British Museum no solo incorporó a sus colecciones una joya del arte y la ciencia renacentistas, sino que también aseguró la transmisión de una obra clave para comprender la evolución de la ilustración botánica y la conexión entre el legado clásico de Dioscórides y la modernidad científica del siglo XVI.


7. El facsímil de M. Moleiro Editor

7.1. La editorial

La editorial M. Moleiro Editor, fundada en Barcelona en 1991 por Manuel Moleiro, se ha consolidado como una de las instituciones más prestigiosas del mundo en la reproducción de códices, mapas y manuscritos iluminados de la Edad Media y el Renacimiento. Su especialidad es la creación de ediciones facsimilares de máxima fidelidad, conocidas por el propio editor como “casi-originales”, debido a su asombrosa semejanza con los manuscritos que reproducen.

Logotipo de la editorial Moleiro

Antes de fundar su sello personal, Manuel Moleiro había creado en 1976 la editorial Ebrisa, dedicada a libros de arte, ciencia y cartografía. Con M. Moleiro Editor, emprendió un proyecto más ambicioso y artesanal, centrado en la reproducción exacta de algunos de los manuscritos más valiosos de la historia, en colaboración con instituciones de prestigio internacional como la Biblioteca Nacional de Francia, la British Library o la Biblioteca Nacional de Rusia.

La filosofía de la editorial se basa en el principio de restituir la experiencia original del códice, no solo mediante la reproducción exacta de las imágenes, sino también replicando los materiales, texturas y técnicas empleados en el manuscrito original. Cada facsímil se elabora a partir de un estudio exhaustivo del ejemplar conservado, con la participación de restauradores, impresores y encuadernadores especializados que reproducen minuciosamente pergaminos, papeles, tintas y metales preciosos como oro y plata.

El proceso de producción combina métodos artesanales tradicionales con tecnología de alta precisión. El resultado son ediciones que igualan al original en color, brillo y relieve, al punto de que incluso los expertos necesitan una observación muy detallada para distinguirlos. Cada facsímil se acompaña de un volumen de estudio redactado por especialistas de distintas disciplinas —historia del arte, botánica, paleografía, medicina o teología—, que analiza el contexto y los contenidos del manuscrito.

Las ediciones de M. Moleiro son únicas y limitadas: solo se realizan 987 ejemplares numerados y autenticados por notario, lo que garantiza su exclusividad y su valor para coleccionistas, bibliotecas y centros de investigación. Esta atención a la autenticidad y al control de calidad ha convertido a la editorial en un referente internacional en la reproducción patrimonial.

Su catálogo incluye obras de enorme relevancia, entre ellas varios Beatos de Liébana, la monumental Biblia de San Luis, el Breviario de Isabel la Católica, las Grandes Horas de Ana de Bretaña, el Libro de Horas de Juana I de Castilla y tratados científicos como el Tacuinum Sanitatis, el Atlas Miller o el Libro de los Medicamentos Simples. Gracias a estas ediciones, manuscritos custodiados en instituciones de difícil acceso han podido llegar a universidades, museos y coleccionistas de todo el mundo.

El trabajo de M. Moleiro Editor ha recibido elogios internacionales. En 2001, el diario The Times definió sus facsímiles como “el arte de la perfección”, expresión que resume la filosofía de la casa. Además, personalidades como Juan Pablo II, Jimmy Carter o Bill Clinton han mostrado públicamente su admiración por la calidad de sus ediciones.

En 2017, con motivo de su vigésimo quinto aniversario, la editorial organizó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la exposición M. Moleiro: El arte de la perfección. 25 años de ediciones únicas e irrepetibles, donde se exhibieron cuarenta de sus obras más representativas. Este evento sirvió para reconocer la aportación de Moleiro a la preservación y difusión del patrimonio bibliográfico universal.

Gracias a su labor, M. Moleiro Editor ha logrado un equilibrio excepcional entre rigor científico, arte artesanal y difusión cultural, permitiendo que el público contemporáneo experimente la belleza de los grandes manuscritos del pasado con la misma intensidad que sus primeros poseedores.

7.2. La edición facsimilar

La edición facsimilar del Dioscórides de Cibo y Mattioli, publicada por M. Moleiro Editor, reproduce con una fidelidad absoluta el manuscrito original conservado en la British Library de Londres, bajo la signatura Add MS 22332. Se trata de una edición de altísima calidad que replica no solo el contenido visual, sino también las características materiales del códice, respetando cada detalle de su estructura, color y textura.

El facsímil se presenta en un formato de 265 x 195 milímetros, idéntico al del original, y consta de 370 páginas con 168 miniaturas a página entera. Las reproducciones alcanzan un nivel de precisión cromática que permite apreciar las gradaciones de los pigmentos y el brillo del oro y la plata, replicados con técnicas artesanales idénticas a las del siglo XVI. Cada página conserva la sensación táctil y visual del papel histórico, resultado de un minucioso proceso de calibración entre fotografía de alta resolución e impresión artesanal.

La encuadernación, realizada en piel negra estampada en oro, sigue fielmente el modelo del manuscrito original, tanto en el diseño de los hierros decorativos como en el relieve del lomo y los cortes dorados. El resultado es un volumen que reproduce la presencia física del códice renacentista con una autenticidad sorprendente.

Cada ejemplar forma parte de una edición única, numerada y limitada a 987 copias, autenticadas ante notario. Este sistema de control, característico de las publicaciones de M. Moleiro, garantiza su exclusividad y su condición de pieza de coleccionista. Junto al facsímil se incluye un volumen de estudio a todo color, elaborado por un equipo internacional de especialistas en historia de la botánica, arte y manuscritos iluminados.

El volumen de estudio, coordinado por Lucia Tongiorgi Tomasi (Università di Pisa), Vivian Nutton (University College London), Ramón Morales Valverde (Real Jardín Botánico de Madrid), Elena Artale (Consiglio Nazionale delle Ricerche, Italia) y Peter Kidd (investigador independiente de manuscritos), analiza en profundidad el contexto histórico, artístico y científico del manuscrito, sus autores, sus fuentes textuales y su recorrido histórico hasta su ingreso en la British Library.

El facsímil reproduce una obra que, en su forma original, combina ciencia, arte y humanismo. En sus páginas, Gherardo Cibo copió pasajes de los Discorsi de Pietro Andrea Mattioli y los ilustró con miniaturas que representan las especies vegetales con un realismo asombroso. Estas imágenes no son meras decoraciones, sino estudios botánicos detallados en los que cada planta aparece rodeada de paisajes naturales que reflejan su hábitat.

El resultado es un manuscrito de extraordinaria belleza, que se considera una reelaboración artística de la obra de Mattioli y una de las cumbres de la ilustración botánica del Renacimiento. La edición de M. Moleiro permite que investigadores, bibliófilos y amantes del arte puedan contemplar y estudiar este tesoro con la misma calidad visual que ofrece el original, preservando al mismo tiempo el manuscrito auténtico de un uso excesivo.

Como en todas las publicaciones del sello, el objetivo del facsímil es acercar el patrimonio manuscrito a la sociedad contemporánea, conservando la integridad visual y material de la obra. Gracias a esta edición, el Dioscórides de Cibo y Mattioli puede apreciarse hoy en toda su riqueza científica y artística, tal como lo concibió su autor hace más de cuatro siglos.


8. Importancia y legado del Dioscórides de Cibo y Mattioli

El Dioscórides de Cibo y Mattioli ocupa un lugar excepcional en la historia de la botánica y de la ilustración científica. Es una obra que refleja de manera ejemplar el espíritu del Renacimiento, en el que la observación directa de la naturaleza, el estudio del saber clásico y la búsqueda de la belleza artística se integran en un mismo propósito: comprender y representar el mundo natural con precisión y armonía.

Desde el punto de vista científico, el manuscrito constituye un testimonio privilegiado del desarrollo de la botánica médica en el siglo XVI. Al combinar los textos de Pietro Andrea Mattioli con las ilustraciones y observaciones de Gherardo Cibo, la obra se sitúa en la frontera entre la tradición y la innovación. Por un lado, mantiene viva la herencia del De materia medica de Dioscórides, fuente esencial del conocimiento farmacológico desde la Antigüedad. Por otro, la complementa con un enfoque empírico y experimental, característico del pensamiento renacentista.

Cibo no se limita a copiar las palabras de Mattioli, sino que las transforma en una experiencia visual y científica. Sus dibujos son fruto de la observación directa, y sus comentarios revelan un espíritu crítico y una curiosidad naturalista que anticipan la mentalidad de los botánicos modernos. El manuscrito muestra así la transición desde una medicina basada en la autoridad textual hacia una ciencia sustentada en la observación y el análisis.

En el ámbito artístico, el Dioscórides de Cibo y Mattioli representa una de las cumbres de la ilustración botánica renacentista. Las miniaturas de Cibo no son simples reproducciones de las especies, sino interpretaciones que combinan rigor anatómico, sensibilidad pictórica y un profundo sentido del paisaje. La integración de las plantas en su entorno natural, la presencia de figuras humanas y la riqueza cromática de las escenas otorgan a la obra una dimensión poética que trasciende el ámbito científico.

El manuscrito es también un ejemplo del humanismo visual del siglo XVI, que concibe el arte como medio de conocimiento. En él, la imagen no se limita a ilustrar el texto, sino que lo amplía y lo interpreta. Cada miniatura se convierte en un espacio de diálogo entre la ciencia y la belleza, entre la precisión del detalle y la contemplación del conjunto. Esta síntesis de arte y conocimiento es una de las aportaciones más originales de Cibo a la historia de la ilustración natural.

El legado de la obra se extiende más allá de su época. Su influencia puede rastrearse en los herbarios ilustrados posteriores y en la tradición de la ilustración científica europea. Artistas y botánicos de los siglos XVII y XVIII, como Basilius Besler o Maria Sibylla Merian, prolongaron la fusión entre arte y ciencia que Cibo había inaugurado con su manuscrito. Además, la concepción paisajística de sus miniaturas anticipa la sensibilidad moderna hacia la naturaleza como organismo vivo y no como simple catálogo de especies.

La recuperación del Dioscórides de Cibo y Mattioli mediante la edición facsimilar de M. Moleiro Editor ha devuelto a la luz una obra maestra que, durante siglos, permaneció accesible solo a unos pocos eruditos. Hoy puede contemplarse y estudiarse en toda su riqueza visual, permitiendo comprender mejor el proceso de nacimiento de la botánica moderna y el papel que desempeñaron los artistas en la construcción del saber científico.

En definitiva, este manuscrito no es solo un herbario ilustrado, sino una declaración de principios sobre la relación entre arte, ciencia y naturaleza. Representa la unión del pensamiento médico, la observación empírica y la sensibilidad estética, y encarna el ideal renacentista de un conocimiento universal. Su legado perdura como ejemplo de cómo la curiosidad humana, guiada por la observación y el amor por la belleza, puede transformar el estudio del mundo natural en una obra de arte.


9. Curiosidades y aspectos singulares

9.1. Anotaciones y elementos añadidos por Cibo

El Dioscórides de Cibo y Mattioli no es una copia pasiva de los textos de Mattioli, sino una obra viva y personal en la que Gherardo Cibo interviene constantemente con anotaciones, correcciones y observaciones propias. Estas aportaciones reflejan tanto su conocimiento botánico como su carácter inquisitivo, y confieren al manuscrito una dimensión única dentro de la tradición de los herbarios renacentistas.

Las notas marginales y los comentarios intercalados en el texto constituyen una parte esencial de la obra. En ellas, Cibo añade nombres vernáculos, indicaciones sobre el lugar de crecimiento de las plantas y observaciones sobre su aspecto, color o fragancia. En algunos casos también introduce variantes lingüísticas o términos dialectales de la región de Las Marcas, donde realizó gran parte de sus estudios botánicos. Estas precisiones locales son de enorme valor histórico, ya que documentan el vocabulario popular y la percepción regional de la flora italiana del siglo XVI.

Además de las anotaciones léxicas, Cibo introduce aclaraciones científicas basadas en su experiencia directa. Corrige errores de identificación en los textos de Mattioli o Dioscórides y propone distinciones entre especies que a menudo habían sido confundidas en los herbarios anteriores. En el folio 29v, por ejemplo, critica la identificación de la consuelda media y la consuelda menor, afirmando que Mattioli había ilustrado la planta equivocada. En otros pasajes compara las descripciones del texto con sus propias observaciones de campo y señala las discrepancias, especialmente en el color de las flores o en la forma de las hojas.

Algunas anotaciones incluyen referencias personales a amigos y colegas con quienes intercambiaba información botánica. Cita, por ejemplo, a Luciano Belo de Rocca Contrada y a Alfonso Ceccarelli de Bevagna, médicos y naturalistas que le comunicaron observaciones sobre especies locales. Estas menciones evidencian la existencia de una red de eruditos y aficionados a la botánica que compartían conocimientos por correspondencia, siguiendo el modelo de las comunidades científicas tempranas.

Cibo también registró fechas y lugares precisos de sus observaciones, lo que permite reconstruir parte de su actividad de campo. En el caso de los narcisos, indica que los vio en flor en mayo de 1557 en las montañas cercanas a Sassoferrato. En la lunaria de hoja perenne, anota que se consumía como alimento en la región de Ancona, y en la saxífraga de hoja redonda apunta que verificó personalmente sus propiedades curativas en 1567. Esta información convierte al manuscrito en un documento histórico de primer orden sobre la flora italiana de mediados del siglo XVI.

Las anotaciones también revelan la evolución personal de su autor. En los últimos folios se aprecia un cambio en la caligrafía, más temblorosa y menos firme, que corresponde a los años finales de su vida. Aun así, siguió añadiendo comentarios y variantes, lo que demuestra que el manuscrito fue un proyecto en constante crecimiento, alimentado por décadas de observación y estudio.

En conjunto, las notas de Cibo dotan a la obra de un carácter híbrido entre el tratado científico y el diario de campo. No solo complementan los textos de Mattioli, sino que los actualizan desde una perspectiva empírica. Gracias a ellas, el Dioscórides de Cibo y Mattioli se convierte en un testimonio directo del método de trabajo de un naturalista renacentista: observar, comparar, anotar y corregir.

Estas intervenciones personales son, además, un reflejo del espíritu humanista de la época, que valoraba la experiencia individual como fuente legítima de conocimiento. En las páginas de este manuscrito, las palabras y las imágenes dialogan con las notas manuscritas de su autor, formando una unidad que combina ciencia, observación y emoción intelectual.

9.2. Documentos y materiales complementarios

Además del cuerpo principal del Dioscórides de Cibo y Mattioli, el conjunto conservado en la British Library incluye varios elementos complementarios de gran interés histórico y documental. Estos materiales no solo amplían la comprensión del manuscrito, sino que también ayudan a reconstruir la relación entre sus autores y su recorrido a lo largo de los siglos.

El más valioso de estos documentos es la carta autógrafa de Pietro Andrea Mattioli dirigida a Gherardo Cibo, fechada el 19 de noviembre de 1565 y conservada en el volumen complementario Add MS 22333. En esta carta, escrita desde Praga, Mattioli responde a una consulta de Cibo sobre la identificación de varias plantas y expresa su admiración por los dibujos que el naturalista le había enviado. El médico sienés se disculpa por el retraso en su respuesta y reconoce que las ilustraciones de Cibo son “las más exquisitas que hubiera visto”, lo que constituye una de las menciones más elogiosas hacia el artista.

En la misma misiva, Mattioli promete escribir a su impresor en Venecia, Valgrisi, para hacer llegar a Cibo un ejemplar de la última edición de sus Discorsi, y le solicita un dibujo de una variedad de helecho que, según había oído, crecía cerca del Coliseo de Roma. La carta revela la relación de respeto mutuo entre ambos, así como la práctica habitual de intercambio de materiales entre botánicos y artistas del Renacimiento. Este documento tiene un valor incalculable, ya que ofrece un testimonio directo del diálogo entre ciencia y arte en la época.

Otro conjunto de materiales de interés se encuentra en las guardas del manuscrito principal, donde pueden leerse fragmentos de inscripciones en italiano de finales del siglo XVI. Aunque parcialmente borradas y deterioradas, estas notas mencionan que el libro fue ofrecido como regalo en el año 1597 por un “illustrissimo” caballero a una “serenissima” dama. Se trata de la referencia más antigua conocida sobre la circulación del manuscrito y constituye la primera prueba documental de su apreciación como objeto de lujo.

El manuscrito conserva también marcas e inscripciones posteriores, añadidas por sus sucesivos propietarios. Entre ellas figuran los registros de la familia Costabili de Ferrara, que lo poseyó durante el siglo XIX antes de su venta en la subasta de 1858. En una de las hojas de respeto aparece el número “2945”, probablemente una referencia a un inventario interno de aquella colección. Tras su adquisición por el British Museum, el conservador Frederic Madden añadió notas identificativas con la fecha y el número de lote de la compra, así como el conteo de folios e ilustraciones.

Estas capas de anotaciones e inscripciones reflejan la larga vida del Dioscórides de Cibo y Mattioli como objeto de estudio y de coleccionismo. Desde la carta original de Mattioli, que documenta el diálogo intelectual entre los autores, hasta los registros administrativos de la British Library, el conjunto de materiales complementarios ofrece una cronología continua que abarca más de cuatro siglos.

Gracias a ellos es posible seguir el recorrido del manuscrito desde su creación hasta su estado actual, y comprender cómo una obra concebida para el conocimiento de las plantas terminó convirtiéndose en un testimonio histórico, artístico y humano de la evolución del pensamiento científico.

9.3. Otros aspectos singulares

El Dioscórides de Cibo y Mattioli presenta una serie de particularidades que refuerzan su carácter excepcional dentro de la tradición de los herbarios ilustrados del Renacimiento. Más allá de su valor científico y artístico, el manuscrito encierra detalles curiosos y rasgos formales que revelan la personalidad de su autor y el modo en que concebía la relación entre arte y conocimiento.

Uno de los aspectos más llamativos es la composición paisajística de muchas de sus miniaturas. A diferencia de los herbarios impresos de la época, que solían representar las plantas sobre fondos neutros, Cibo sitúa cada especie en un entorno natural específico. Montañas, riberas, senderos o colinas se extienden detrás de los ejemplares, a menudo con figuras humanas diminutas que caminan, labran la tierra o descansan a la sombra. Este recurso no es meramente decorativo, sino una manera de indicar el hábitat de cada planta y de integrar la observación botánica en una visión global de la naturaleza.

En algunos casos, el artista introduce elementos simbólicos o anecdóticos que reflejan su sensibilidad personal. En las ilustraciones de plantas medicinales de efectos fuertes, como la belladona o el eléboro, el paisaje adopta tonos más oscuros y un ambiente ligeramente sombrío, mientras que en especies ornamentales como la clavelina o el ciclamen predomina una atmósfera luminosa y serena. Estas variaciones cromáticas podrían interpretarse como una traducción visual del carácter o de las propiedades de cada planta.

Otra característica singular del manuscrito es la variedad caligráfica que se observa en los textos. Aunque la mayor parte fue copiada por Cibo con su letra clara y ordenada, en algunos folios se advierten correcciones, añadidos o fragmentos copiados en diferentes momentos, con trazos más temblorosos o de menor uniformidad. Esto indica que el manuscrito no se realizó de una sola vez, sino a lo largo de varios años, como un trabajo continuo de revisión y perfeccionamiento.

También se han identificado variantes lingüísticas que muestran el carácter híbrido del italiano empleado por Cibo, una mezcla de lengua literaria y expresiones dialectales propias de Las Marcas. Estas diferencias no solo ilustran la flexibilidad del lenguaje científico en el siglo XVI, sino que también revelan el interés del autor por reflejar la riqueza cultural de su entorno.

Algunos folios presentan marcas o huellas de uso, como ligeros restos de pigmento o manchas de agua en los bordes, que podrían deberse al contacto con plantas frescas durante el proceso de dibujo. Estas señales refuerzan la idea de que el manuscrito fue un instrumento de trabajo más que un objeto meramente ornamental.

Por último, el códice destaca por la coherencia estética entre texto e imagen. La disposición equilibrada de los márgenes, el orden de los folios y la armonía entre escritura y pintura demuestran la intención de Cibo de crear una obra completa, en la que la ciencia y el arte alcanzan un mismo nivel de refinamiento. Cada página refleja el deseo de su autor de comunicar la belleza y la estructura de la naturaleza con la máxima claridad.

Estas particularidades, sumadas al cuidado material del manuscrito y a la minuciosidad de sus ilustraciones, explican por qué el Dioscórides de Cibo y Mattioli ha sido considerado no solo un tratado botánico, sino también una obra de arte total. Su singularidad reside precisamente en esa unión inseparable entre conocimiento y contemplación, entre el rigor del científico y la sensibilidad del artista.


10. Bibliografía y fuentes

El presente archivo se ha elaborado a partir de fuentes directas relacionadas con la edición facsimilar del Dioscórides de Cibo y Mattioli publicada por M. Moleiro Editor. Estas fuentes han permitido abordar el manuscrito desde una perspectiva histórica, científica y artística, así como desde el análisis técnico de su reproducción editorial. A continuación, se detallan los materiales empleados, agrupados según su procedencia.

• Facsímil del Dioscórides de Cibo y Mattioli. M. Moleiro Editor.

La edición facsimilar, realizada por M. Moleiro Editor en colaboración con la British Library, ha constituido la base visual y material de este trabajo. La calidad de la reproducción ha permitido examinar con precisión el aspecto físico del manuscrito, su formato, la textura del papel y la disposición de los textos e ilustraciones.

El facsímil reproduce íntegramente el códice Add MS 22332, con sus 370 páginas y 168 miniaturas a página entera, respetando las dimensiones, los colores y los detalles cromáticos del original. Gracias a la fidelidad de la reproducción, ha sido posible observar con detalle el trazo, la gama de pigmentos, los fondos paisajísticos y la interacción entre texto e imagen, aspectos esenciales para comprender el equilibrio entre arte y ciencia que caracteriza la obra.

La edición facsimilar ofrece además una experiencia sensorial muy cercana a la del códice original, al reproducir las cualidades materiales de la encuadernación en piel negra estampada en oro y la luminosidad de los pigmentos. Su precisión ha sido decisiva para el análisis de las miniaturas y de la estructura interna del manuscrito.

• Libro de estudios del Dioscórides de Cibo y Mattioli. M. Moleiro Editor.

El volumen de estudios que acompaña al facsímil constituye la base interpretativa de este archivo. Está dividido en cuatro secciones temáticas:

  1. Plantas, paisajes, colores. La vida, los escritos y las obras de Gherardo Cibo – por Lucia Tongiorgi Tomasi
  2. Pietro Andrea Mattioli y la botánica médica – por Vivian Nutton
  3. Texto y fichas botánicas – por Elena Artale y Ramón Morales Valverde
  4. Procedencia del manuscrito – por Peter Kidd

Este volumen, reúne investigación de especialistas en historia del arte, botánica e historia de la ciencia, y ofrecen una visión integral del manuscrito. Su contenido ha permitido contextualizar la figura de Pietro Andrea Mattioli dentro del desarrollo de la botánica médica renacentista, estudiar la biografía y el estilo pictórico de Gherardo Cibo, analizar la organización y las especies representadas en el códice y reconstruir la trayectoria histórica del manuscrito hasta su ingreso en la British Library.

El libro de estudios ha sido esencial para comprender la doble naturaleza del Dioscórides de Cibo y Mattioli: obra científica y artística a la vez. Sus análisis de las miniaturas, los textos y las anotaciones marginales han permitido desarrollar este archivo con una base documental sólida, apoyada en criterios académicos y en observación directa de la obra.

• Información institucional y técnica de M. Moleiro Editor.

Además del facsímil y del libro de estudios, se ha consultado documentación institucional y divulgativa de M. Moleiro Editor.

Esta información ha aportado datos sobre la filosofía editorial de los llamados “casi-originales”, el proceso artesanal de reproducción, la tirada limitada a 987 ejemplares numerados y autenticados notarialmente, y la colaboración con instituciones internacionales. También ha sido fundamental para explicar el papel de la editorial en la preservación y difusión del patrimonio manuscrito, así como el valor añadido que sus ediciones aportan al estudio y la accesibilidad de obras únicas.

El conjunto de estas fuentes ha permitido elaborar un documento riguroso y equilibrado, que combina la información histórica del manuscrito con el análisis técnico y artístico de su reproducción moderna, ofreciendo una visión completa del Dioscórides de Cibo y Mattioli como obra científica, artística y editorial.


11. Consideraciones finales

El Dioscórides de Cibo y Mattioli es una obra que trasciende las fronteras entre ciencia, arte y humanismo. Concebido en pleno siglo XVI, en un momento de efervescencia intelectual y de renovación del conocimiento, el manuscrito representa uno de los hitos más notables del pensamiento naturalista renacentista. Su importancia radica no solo en la calidad de sus miniaturas, sino en la visión del mundo que encierra: una naturaleza observada, comprendida y celebrada desde la unión entre la razón y la belleza.

En sus páginas convergen tres tradiciones fundamentales: el legado clásico de Dioscórides, la interpretación humanista de Pietro Andrea Mattioli y la mirada empírica y artística de Gherardo Cibo. Esta triple herencia convierte el manuscrito en una síntesis única entre texto e imagen, entre conocimiento transmitido y conocimiento adquirido por experiencia. La fidelidad del copista y la creatividad del pintor se funden para dar lugar a una obra donde cada planta es, al mismo tiempo, objeto de estudio y motivo de contemplación.

Cibo transformó los Discorsi de Mattioli en algo más que una recopilación de remedios medicinales. Su manuscrito es un testimonio del descubrimiento de la naturaleza como realidad autónoma, como fuente de asombro y de verdad. Las miniaturas, de una precisión botánica admirable, muestran a la vez un sentido poético del paisaje que anticipa la sensibilidad moderna hacia el entorno natural. En ellas, la planta no es un fragmento aislado, sino parte de un mundo ordenado y armónico.

La recuperación de esta obra mediante la edición facsimilar de M. Moleiro Editor ha permitido devolverla a la luz con todo su esplendor. Gracias a la fidelidad material del facsímil y al rigor del libro de estudios que lo acompaña, el Dioscórides de Cibo y Mattioli puede hoy ser apreciado y comprendido en toda su dimensión científica, artística y cultural. Su preservación no solo garantiza la continuidad de un legado histórico, sino que también invita a redescubrir la belleza del conocimiento y el diálogo entre arte y ciencia que definió al Renacimiento.

En definitiva, este manuscrito constituye una obra maestra del pensamiento visual y científico de su tiempo. Es el resultado de una mirada que observa, compara y representa; una mirada que, en el gesto paciente de pintar una hoja o describir un remedio, expresa la confianza del ser humano en la razón y en la sensibilidad como caminos complementarios hacia la verdad.

El Dioscórides de Cibo y Mattioli no es únicamente un libro sobre plantas. Es, ante todo, un testimonio de cómo el arte puede iluminar la ciencia, y de cómo esta, contemplada con amor y atención, puede convertirse también en una forma de arte.


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